(Pintura: Luis Nuñez)
Por un tiempo al aclarar
me visitaba un chingolo
y como soy hombre solo,
tuve con quien conversar,
le solía preguntar
de cosa y gente amiga
y él jugando con las migas
que hallaba en mi alpargata,
bailoteando en una pata
para sacarme la intriga.
Si molestaba la llama
o el calor de leña gruesa,
se corría hasta la pieza
para andar sobre la cama;
a veces desde una rama
sin hojas de 'uncalipto'
divisaba lo infinito
más allá del firmamento
pa'ganarle horas al viento
y denunciarlo a los gritos.
Cuando me iba a trabajar
se quedaba de casero
o de no de paseandera
solía al campo a volar,
una mañana al pasar
lo ví así como al descuido,
muy mimoso presumido
coqueteando una chingola
que también andaba sola
con ganas de hacer su nido.
Con el andar de los días
la cosa empezó a cambiar
y a mí me entró a retratar
su manojo de alegría,
con su pareja había
sumido en obligaciones
sustentando las razones
que da el porqué de la vida
como en busca la comida
para criar a los pichones.
Fue un encanto ver crecer
a sus cuatro chingolitos
y la yapa de un negrito
que los tuvo a maltraer,
les pedía de comer
sin denotar suspicacia
y haciendo gala de audacia
cuando estuvo grande y gordo,
les pagó como buen tordo,
se fue sin decirle: gracias.
Hay mucha desemejanza
con el chingolo y 'Mistena'
a mi mujer por ser buena
le dieron un hijo'e crianza,
fue nuestra luz, nuestra esperanza,
mientras estuvo emplumando
pero sin decirnos cuando
como ese tordo alzó el vuelo...
mi mujer ya está en el cielo
y yo en el rancho, esperando.