(Fotos en blanco y negro: Ignacio Balmaceda)
(Fotos color: Martín Lucesole)
Cerca del paso nivel
de aquella vieja estación,
que tuvo la pretensión
de ser pueblo en un papel,
está el caserón aquel
y, con blancuzco reflejo,
crece el pasto desparejo
en cornisas y ventanas,
como si fueran las canas
de aquel edificio viejo.
Vos fuiste un boliche de antes,
y hoy en tus horas de calma,
por ahí no pasa ni un alma,
reseros y caminantes.
Tus polvorientos estantes,
duemen un sueño profundo,
mientras yo, meditabundo,
pienso que fueron testigos
de mil reuniones de amigos
que ya no andan por el mundo.
Aún mi mente conserva
tu despacho al menudeo,
las barricas de fideos
y los cilindros de yerba,
y aún al evocarte observa
mi memoria en sus visiones,
tus maltratados cajones
con su cuchara violenta,
con harina, con pulenta
o el azúcar en terrones.
Vos llegaste a ser un centro
donde había, a más de las cartas,
dos trenzas que eran dos cuartas
que tiraban para adentro;
produciéndose el encuentro
de carruajes y de pingos,
de paisanos y de gringos
que venían por el camino,
como hacienda pa'l molino,
sobre todo los domingos.
Pero hoy ya no entra el mocito
de alpargatas y de blusa
ni llega en la chata rusa
don Jacobo al trotecito.
No está la "falta" en un grito
del truco de cuatro en cruz,
ni está de noche la luz
a kerosén y apocada,
ni está el órdago "sin nada"
en los finales del mus.
Ya no entra el caballerizo
con su sombrero de trapo,
y ya nadie juega al sapo,
que era de bronce macizo.
Ya no se habla de granizo
de la isoca o de la seca;
y el domador pierna chueca
con su inconfundible facha,
ya no dentra con la guacha
colgando de la muñeca.
La mortadela y el queso
en la fiambrera grandota
ya no está ni la chacota
de aquel muchacho travieso.
No se llena el cartón grueso
con fariña en la balanza,
ya el comedido no alcanza
la bolsa con cascarilla,
ni en el tiempo de la trilla
dentra el pión lleno de granza.
Ya no está más el barril
ni el jarro bajo el espiche,
ni está el olor a boliche,
ni el "despachemé un brasil";
ni el "tome algo", ni el mandil
entre ollas y cacerolas.
Ya no están palas y piolas,
sogas y aperos colgando,
ni el gallego comentando
las romerías españolas.
Ya no entra el poncho de ajuera
arrastrándole los flecos
ni se ve botas y zuecos
con la suela de madera.
La entrada de esa tapera
ya la espuela no la raya,
y cuando el día desmaya,
ya no entra el estibador
pa'reemplazar el sudor
que dejó sobre la playa.
Ya no entra el vasco tambero
luciendo su faja negra,
ni aquel paisanaje alegra
el paso de un guitarrero.
A las bochas y a potrero
ya nadie suele, al jugar,
con el rebenque tirar,
ni está el que sacó ventajas
con el chico entre las pajas
si era maula pa bochar.
Ya nadie pide una grapa,
ni con vino se chorrea
tu piso de pinotea
ni tu mostrador de chapa,
y ya no pide la yapa
el chico que venía en pelo
en su matungo chicuelo
por un mandao de la madre;
y con saludos pa'l padre
se llevaba un caramelo.
Ya ninguno pide un jarro
de café ni lleva grasa
envuelto en papel de estraza
ni aquel pimentón en tarro.
Ya no para más el carro
ni el manejante desata,
ni dentra a gastar su plata
saludando en su ademán,
y dejando de guardián
al perro junto a la chata.
Ya no llegan las mujeres
en sulki, de antemano,
ordeñaban más temprano
y apuraban los quehaceres.
Y adquirían sus alfileres
o alguna otra prenda fina
de intimidá'femenina,
y si había algún curioso
que miraba malicioso
pasaban pa'la cocina.
Y como en aquella vía
ya no pasa el tren de carga,
ya el linyera no se larga
como en un tiempo solía;
y pa'l negocio venía
transportando su maleta,
y aunque trayendo secreta
su condición de idealista,
llegaba el croto anarquista
a pedir yerba y galleta.
Se podía llevar de allí
pa'aquellas carniadas viejas,
desde tripas en madeja
hasta pimienta y ají.
"Hoy no fío, mañana sí",
decía un cartel sin sentido
que siempre era desmentido
por la libreta deshecha,
en la que pa'la derecha
las comas se habían corrido.
Si había remate en la zona,
al rato de terminarse,
no tardaba en asomarse
la bombacha de cambrona
con dureza de carona
y con manchas de corral;
o transponían el umbral,
bajándose del fortacho
el estancieron ricacho
que volvía del "especial".
En esa calle de enfrente
hubo cuadreras famosas,
y en esas tardes hermosas
se juntaba mucha gente.
Y después era frecuente
que se jugase a la taba,
o al monte, si se cuadraba,
como a los dados o al fico,
donde hasta el propio milico
algunas veces copaba.
Cuando se jugaba fuerte
se ponía el clima violento,
y no extrañen si les cuento
que una vez hubo una muerte:
calló un mozo que a la suerte
la ayudaba con sus mañas.
El efecto de unos cañas
se hizo furia en dos cuchillos;
y el que vació los bolsillos
pagó cara sus hazañas.
Aunque esa puerta hoy no se abra,
dejo a las almas que acudan,
y oigo a dos que se saludan
con una mala palabra.
Y como todo se labra
adentro de la cabeza
cuando uno a vivir empieza,
reuerdo la boca oscura
del sótano y su frescura
con cajones de cerveza.
Tu desgastada paré',
tu palenque y tu vereda,
es de lo poco que queda
de aquel pueblo que no fué.
Desde lejos se te vé
boliche viejo, callao,
porque en silencio has quedao
desde que se te cerrara
como a un pantión que guardara
el cadáver de un pasao.