Si digo mi país, digo su gente.
El territorio humano,
las fragorosas costas de la vida;
los límites transidos,
el desolado mapa de cuerpos abatidos.
Si digo mi país,
digo los ojos de los niños
con sus cielos en calma;
digo también los ojos tristes de los adultos:
horizontes nublados
con párpados henchidos
de llantos no llorados.
Y digo la estación de las esperas
donde los trenes pasan sin nunca detenerse;
y el ademán de todos suele ser el silencio
una flor pisoteada que el olvido disperse.
Y digo las ciudades sin el aura del campo,
y los campos arados de obstinada labranza,
y el pan
que aún renace de las arcas del trigo
y la vasta cosecha de la desesperanza.
Mi país: alto nombre,
gesto de multitudes;
vasto mural de un pueblo que soporta su historia
cenotafio y antorcha de todas las memorias
donde guarda la patria la huella de sus hombres.
Sí, Mi país es esto:
los rostros y las voces,
los brazos extendidos y las manos vacías;
el dolor en la copa del amor ofrecido
y la rosa marchita de la última alegría.
Sí. Mi país es esto.
He nombrado su gente,
he nombrado el trabajo
y he nombrado la vida;
país de pecho adentro
donde están las fronteras
y la única manera de la soberanía.
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