Serena noche de estío
Sobre los campos gravita,
Y el fresco césped dormita
Con arrullos del rocío.
La luna, de su atavío,
Tira girones al suelo;
Y como inmenso pañuelo,
De un polo al otro estirado,
Muestra su forro estrellado
El negro poncho del cielo.
En el llano y en la loma,
Con ademán soñoliento,
Deja la brisa su aliento
Lleno de silvestre aroma.
Por todas partes asoma
Una calma indefinida,
Y la canción repetida
Del terutero risueño
Surje como tierno en sueño
De la campaña dormida.
Cual mensajera secreta,
Que marcha con desconfianza,
Mueve sus ruedas y avanza
Una pesada carreta.
Su corpulencia de atleta
Pide un viaje paulatino,
Y al proseguir su destino,
Solitaria y lentamente,
Deja una huella patente
Culebreando en el camino.
Aquella mole se agita
Sobre piedras y terrones,
Cumpliendo las precauciones
Que su masa necesita.
Salva una zanja maldita
Con vaivén muy calculado,
Ya se inclina de un costado,
Ya se detiene en la brecha,
Y al fin, entera y derecha
Rueda en sendero trillado.
Salta del eje un lamento
Con pretensión de gemido,
Y un ínvariable crujido
Acompaña el movimiento.
Retumba el sonoro acento
Del conductor majadero
Y como frase de acero
Que se interpone tirana,
Va cimbrando la picana
Sobre el hombro del carrero.
Llega á un paso y blandamente
Como en terreno seguro,
Sin atropello ni apuro
Se desliza en la pendiente.
Corta la suave corriente
Bañando á veces su lecho;
Y un buen grito de provecho,
Pegando á los delanteros,
Levanta los pertigueros
Para subir el repecho.
El monótono rumor
De la marcha se acentúa
Y tranquilo continua
En el flanco el director
Su alarde de trovador
Queda pronto descubierto,
Y formulando un concierto
De alegrías y pesares,
Desparrama sus cantares
En el medio del desierto.
Corren las horas cortando
La longitud de la vida,
Y blanca faja tendida
Va el horizonte pintado.
Sale el sol con voz de mando;
Y al despedir la alborada,
Hace soltar la hoyada,
Ordenándole al carrero
Que junte con su apero
Fuerzas para otra jornada.