- Que ponga el Chimango
las pruebas en plano,
de cómo es suyo
el potrillo Overo.
- ¿Es al que lo apodan
El Chimango Anselmo?
- ¡Me han puesto ese mote
las lenguas de perro!
Soy Anselmo Sombra
bajo el sol del cielo.
- ¡Vamos al potrillo!
¿Qué sabés de cierto?
- El potrillo es mío;
lo pagué a güen precio,
aquí en el bolsico
traigo el visto güeno.
Lo compré en la güeya
a un paisano arriero,
que cruzó estos llanos
hace mucho tiempo.
- Pero es que esta marca,
lo mismo que el dueño,
la ley los acusa
por marcar ajenos.
Pues por cuatro riales,
conscientes del yerro,
sin reparo ni asco
marcan un mostrenco.
-¡Pero yo, mi Alcalde!...
- ¡Usted será güeno!
Pero hoy ese signo
ha caido en descrédito.
¿Y usted cómo prueba,
Amigo Modesto,
que el potrillo es suyo,
sin más que usted mesmo?
- Tengo la aprobanza
de criollos muy viejos,
Don Melitón Acha
y Basilio Lemos.
Y un testigo mudo
que hablará en silencio,
con el busto de ella
y el color del pelo.
He traído la madre
del potrillo Overo,
que es como el retrato
del potrillo mesmo.
- Si los dos han traído
las pruebas del pleito,
vamos al palenque,
necesito verlo.
Pero vide entonces
que el potrillo Overo
hurgaba en el zumo
del pezón materno.
Mientras que la madre
con un don de aprecio,
lamiéndole el anca
le peinaba el pelo.
De pronto el Alcalde
dijo en tono serio:
- ¡Suelten al potrillo!
Y usted, don Nemesio,
Siéntese en la Overa
y salga ya mesmo,
quiero ver lo que hace
el potrillo suelto.
Sobre la palabra
saltó y alzó el vuelo,
galopiando largo
tomó campo abierto.
Como si lo hubiesen
pinchado de adentro,
pegó dos relinchos
el potrillo Overo.
Y tomó al galope
el camino mesmo
que tomó la Overa
derechito a un cerro.
- Ahí tenés la prueba
que estabas mintiendo-
Le dijo el Alcalde
al Chimango Anselmo.
- En la misma vida
que nos da el ejemplo,
la ley de la especie
que habla con los hechos.
Y negar la madre
es un sacrilegio,
pecado que nubla
el azul del cielo.
Le devuelvo un hijo
al calor materno.
Y le doy la madre
al potrillo huérfano.
- Pero en mi bolsico
tengo el visto bueno.
- Eso ha de costarte
diez días de cepo.
Cuando me confieses
que sos un ratero,
recién vi'a sacarte
el collar del cuello.
Yo entiendo que el gaucho
bolée un mostrenco,
lo muente y lo dome
sin sentirse dueño.
Cuando marca un potro
sabiéndolo ajeno,
es como el Chimango:
sin alma y sin credo.
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