de
caballos distinguidos
de
las costas del olvido
me
relincha un parejero;
perdió
el rastro de ese “overo”
más
de un caballo mentao,
si
habrá sido bien cuidao
que
al escucharnos prosiando
se
ha largao atravesando
la
cerrazón del pasao.
Cuando
recién agarrao
viendo
a medio flor de cuero
que
pensaba ser ligero
lo
saqué pa’ mi recao;
aprendió
a correr boliao
y,
obediente a mis señales,
a
echarse en los pajonales,
a
saltar los alambraos,
y
era el alma de un venao
atravesando
chilcales.
Ni
bien lo armaba cortito
que
en un naipe galopiaba,
si
a la cruz me le asomaba
se
estiraba como un grito;
pa’l
camino era infinito
viajando
al trote chasquero
y
hasta alegró algún alero,
más
reunidito que un mazo,
al
llegar de sobrepaso
como
acunando el apero.
Había
que verlo aparcero
columbrando
esa frontera
tranco
y tranco en la puntera
de
un rosario de cargueros;
tanto
arriar ganao matrero
se
hizo diestro en los reveses
y
con torada que a veces
clavando
la uña emigraba,
le
garanto que hasta andaba
por
arriba de las reses.
Juntamos
lejos con lejos
enhebrando
rancheríos,
montes,
arroyos con frío
y
lagunas como espejos…
hoy
lo encuentro en los reflejos
de
un tiempo que el alma estanca,
y
en una llanura blanca,
mansa
de luna encharcada,
se
me pierde en la mirada
con
una moza en el anca.
Reservao
que se encogía
con
un pájaro en el lomo
vaya
el diablo a saber cómo
se
llevó mis alegrías…
cuando
cimbrao por los días
me
vi rondando taperas,
por
el playo ande estuviera
desvelao
entre los teros
ni
los huesos del “overo”
blanquiaban
en la frontera.