CANTO PRIMERO
Caí al rancho de Raimundo,
un viejo amigo cantor;
golpié con el arreador,
por no dentrar a lo perro,
pues no hallé ningún cencerro
pa meter bulla mejor.
Pensé que estaba vacío;
entré con nerviosidad,
no fuese casualidad
de tropezar con un muerto,
porque estaba el rancho abierto
y en muy fiera oscuridad.
Pero la luz de un candil
se prendió en aquél momento:
teniendo el catre de asiento
estaba el triste paisano,
un facón en una mano
y en el suelo un instrumento.
El abrazo que amagaba
volvió a meterse en el pecho;
me quedé mirando el techo
pa descolgar una idea
y desatar la manea
que mi lengua se había hecho.
"¿Qué le está pasando, hermano
-le dije, por ir diciendo-,
pa estar como lo estoy viendo,
que parece un embrujao:
a oscuras, solo y armao?
¡Hable, pa ver si comprendo!"
Aunque vine a barajar
que algo malo sucedía,
le dije, por si caía,
viendo la guitarra rota:
"¡Ha sido fuerte, la nota!...
¿No vio que no resistía?
Cuando es larga la canción,
temple bajo pa llegar;
no se fuerce al empezar,
por si después necesita...
Pueden pedir que repita,
y usté no poder cantar..."
Y mismo al soltar la broma
medio arrepentido estaban,
porque el hombre me miraba
como si al mirar quisiera
que yo por sus ojos viera
lo que adentro le pasaba.
Me senté por hacer algo,
en ademán de esperar:
así lo escuché cantar
cuando aquél hombre cantaba;
en esta ocasión estaba
quizás pa verlo llorar.
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Un hombre muy tranochao
suele mirar sin ver nada,
y con la vista nublada
y empacado el pensamiento
sabe por su entendimiento
que le miente su mirada.
También por otros motivos
hay la misma confusión:
tapa el sol un nubarrón
-tormenta que se está armando-
y uno se queda esperando
agua, piedra o ventarrón.
Yo ya estaba coligiendo
que al principio me engañé,
pero callao me quedé
mascando lo que veía;
cada vez que hablar quería
las palabras me tragué.
¡Pucha, qué pesa el silencio
cuando el hablar forcejea!
Parece que va la idea
en el pecho amontonando
todo lo que va encontrando,
y no quiere que se vea.
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Por fin en aquella frente
pude ver un movimiento,
y calculando el momento
de calzar de atrás la rueda,
le dije: "Tire, o se queda;
¡se le va a enterrar el cuento!
Me ha dado por maliciar
que el habla se la jugó
al parecer la perdió,
y de esta duda no salgo;
dígame por señas algo,
si es que mudo se quedó."
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Los ojos sirven pa ver,
yo los abrí pa escuchar;
aunque el ruido debe entrar
nomás que por las orejas,
por algo se alzan las cejas
para más atento estar.
Espiando la palabra
que de aquél hombre saldría,
al parecer que hablaría
de tal suerte me quedé.
Hasta el corazón paré,
porque su golpe se oía.
...................................................
-Atienda -dijo Raimundo-,
que mudo no he de quedar;
si me cuesta comenzar
es que ya cantar no puedo;
tal vez las penas dan miedo
al no poderlas cantar.
La puerta del rancho abierta
el amigo la encontró;
pa que llegue más adentro
otra puerta le abro yo.
No mire lo que está viendo;
no lo puede comprender:
mirando el agua que cae
no se aprende qué es llover.
Sin enemigos, me ve
con puñal desenvainao;
sin que nadie me acometa,
como tigre acorralao.
Allí, en el suelo tirada,
mi guitarra hecha pedazos;
la que en mis brazos vivía
y fue muerte por mis brazos.
Pero ya voy a mostrarle
lo que de ahí no puede ver;
abra los ojos del alma
si lo quiere comprender.
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Al sonar de mi guitarra
mucho tiempo fui cantando;
ninguno supo, escuchando,
sino lo que yo decía;
siempre canté mi alegría;
mis penas, dije tocando.
Cuando de vuelta en mi rancho
para mí solo sonaba,
esa guitarra lloraba,
y eran sus cuerdas la reja
donde, cantando, su queja
mi corazón se agarraba.
Entonces quedaba mudo
oyendo con emoción,
y hasta tuve confusión,
sintiendo lo que sentía,
en cuál de los dos sería
que estaba mi corazón.
Siente un hombre muchas cosas
que es difícil expresar;
se cansa de tironear,
como pisando en arena,
y al no hallar palabra buena
se calla, pa descansar...
Puede ser uno más rudo
de lengua que de sentido;
y para ser comprendido,
la palabra del Cristiano
suele ser menos, paisano,
qu', entre fieras, un bramido.
Yo estoy queriendo decirle
lo que mi guitarra fue;
pero decirlo no sé,
quizás porque ahora siento
que al romper el instrumento
ya no tengo más con qué.
Con mi guitarra cantaba,
con mi guitarra sentí,
con mi guitarra viví,
y siendo dos vidas juntas
las dos han de ser difuntas,
puesto que una la perdí.
Pero no se espante, amigo,
que no soy un muerto hablando;
a mi modo voy tanteando
decir lo que me sucede:
¡carga que alzar no se puede,
hay que llevarla arrastrando!
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Me invitaron a un festejo
que allá en el pueblo se daba,
y aunque ni baile ni taba
había por diversión,
¡era de ver el montón
de gente que se arrimaba!
Alguno que ha de cantar
-calculé, viendo el rodeo-;
mucha hacienda, pa un arreo
-me dije, medio entonao-;
quien lleve tanto ganao
hace tiempo que no veo.
Al entrar vi una muchacha
con una guitarra hermosa;
creyendo que la mocosa
una cuerda rompería,
le dije: "¡Mejor sería
que juegue con otra cosa!..."
Sonriendo me miró,
a tiempo que el encordao
hizo sonar bien templao,
como diciendo: "¡Sujete!
Así trato este juguete;
no tenga ningún cuidao..."
Empezó la criatura
derechamente a tocar,
y cuando quise acordar
en vez de oír yo sentía
que aquella música hería,
y hasta la quise cuerpear.
De vergüenza no me fui,
y además, por miramiento...
¡Pucha! Si en aquél momento
como bagual rompo el lazo,
y salgo con el pedazo,
no me embreta el sufrimiento...
Aunque está de Dios, hermano,
lo que debe acontecer,
el hombre debe temer,
de las armas del Destino:
la ambición, el juego, el vino;
¡pero, más, a la mujer!...
Sin saber por qué, no pude
salir de aquella reunión;
me trastornó la emoción,
mi sentir y mi sentido,
y quedé como en el nido
paloma que ve un halcón.
Es el hombre bicho malo,
cuando malo quiere ser,
porque tiene gran poder
y es de sobra inteligente;
la mujer, es diferente:
¡hace daño sin querer!
La chiquilina tocaba,
y al tiempo que yo la oía
me pareció que crecía,
y cuando la vi mujer
pensé que pudiera ser
por eso, que daño hacía...
Alegre, montón de veces
el pellejo me jugué;
en el peligro probé
el buen temple de mi garra;
y oyendo aquella guitarra
¡como cachorro temblé!...
Achicao por el percance,
al ver que estaba aflojando
me alejé, disimulando,
y tiré pa mi guarida
como una fiera vencida,
de rabia y miedo bramando...
Nunca más solo me vi
que cuando al rancho llegué;
pa todas partes miré;
tan cambiao parecía
que dudé si era la mía
la cueva donde gané.
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Despacio levanta el Sol
su cabeza entre la Aurora;
siente el rancho de totora
su mirar como un consuelo,
y como abajo de un velo
se ve el alero que llora.
Se mete por las hendijas
la luz, que viene avisando
que ya hay pájaros cantando
la hermosura de la vida;
pero el que tiene una herida
la siente, y sigue penando...
La alegría es un vientito
que cura al que ya está sano;
el aire seca el pantano
cuando tiene poca hondura,
si no, arriba es tierra dura
que no sostiene al cristiano...
Ese lindo amanecer
después de noche tan fiera
yo lo vi como si fuera
cosa que Dios me mandase
para que me despertase
tan feliz, como antes era.
Y será por ese engaño
talvez, que quise cantar;
pero me puse a templar,
y en el vibrar parecía
que mi guitarra tenía
¡como miedo, de sonar!...
Como a mujer caprichosa
con enojo la miré;
contra el pecho la apreté
con cariñosa firmeza;
la ley del varón es esa,
según como yo la sé.
Tal vez no fuera capricho,
y talvez celos sentía;
talvez al sonar decía
¡que yo la estaba matando!...
Y yo la seguí apretando
¡sin sentir que la rompía!
Primera vez, en mi vida,
se me pialó el corazón
y azonzao por la emoción
miraba el destrozo hecho,
como si también el pecho
rompiera, del apretón.
Poco estuve de esa suerte;
pronto repuesto me hallé.
Lleno de rabia le hablé,
y así le dije a la ingrata:
"Si mi caricia te mata,
con puñal más bien te haré.
No podés negar, maldita,
que también vos sos mujer,
y es tu maldad pretender
que no pueda estar contento;
te haré el gusto, y mi tormento
el de matarte ha de ser..."
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Al cortarlas mi puñal
todas las cuerdas gimieron;
algo muy triste dijeron,
como con risa y con llanto...
Después, no se oyó más canto...
Hasta las aves se fueron...
El Sol ha de haber seguido
despacio, como venía;
pero en la tapera mía
oscureció tan repente
que no supe, mismamente,
si era de noche o de día.
Dicen que siempre de estrellas
lleno el firmamento está,
pero nadie las verá
por buena vista que tenga
mientras la noche no venga
detrás del sol que se va.
En el alma del cristiano
también algo debe haber
que uno mismo no ha de ver
sino cuando le acontece
que la vida le oscurece
la sombra de un padecer.
Así fue que vine a ver
lo que me estaba pasando,
y adentro mismo mirando
entre mucha oscuridad,
lucecitas de verdad
me fueron desengañando.
............................................
-La tristeza es un mal bicho
que hace su cueva escarbando;
entra en el pecho, si es blando,
sin que se sienta, primero,
y poco a poco el aujero
va con tesón agrandando.
Aunque atento lo escuché,
su pesar no lo comprendo,
y, discúlpeme si ofendo
o me falta la memoria:
pero no veo en su historia
por qué ha de estar padeciendo.
Otra guitarra en sus manos,
talvez con voces mejores
hará los mismos primores,
pues todas dan cualquier nota;
lo demás, es lo que brota
del alma en los tocadores.
(Me miró Raimundo y dijo:)
-Yo también eso creía:
con el engaño vivía
de que, fiel en sus acentos,
toditos mis sentimientos
mi guitarra los decía.
¡Qué puedo hacer ya con otra
si lo que vengo a saber
es que no me ha de valer
pa decir con expresión
cosas profundas, que son
sentidas, sin comprender.
Me crié mirando el campo,
que es bueno hasta con maleza,
donde si alguno tropieza
halla el pasto como cuna;
y hasta la noche la luna
tiene, pa tener nobleza.
Se hace manso el más ladino,
de tanto andar descuidado,
y el hombre más avisado
en su corazón entero,
en su brazo y en su acero
todo lo tiene confiado.
Se va llenando de fe
al crecer de su confianza,
y aspiración que no alcanza
en su sencilla ilusión
la prende del corazón
con un tiento de esperanza...
A lo más, una mujer
se le atraviesa en la senda;
pega un tirón de la rienda
pa no tropezar con ella,
y sigue... viendo en la huella
los dos ojos de la prenda.
Diai le sucede a menudo
que le viene lo peor;
la mujer, que es una flor,
como flor hay que tratarla;
pierde muy pronto, al cortarla,
su perfume y su color.
Aunque sulene enconarse
muchos males de este pelo,
halla el hombre a su desvelo
remedios en su razón;
y alivia su corazón
tirando la flor al suelo.
Pero un día le acontece
-como la ocasión presente-
que se le arruga la frente
juntando toda su ciencia,
y lo asusta la inocencia,
viendo todo diferente.
Y hasta uno mismo se ve
como antes nunca se vio;
siente lo que no sintió,
y parece -no se asombre-
que se durmió siendo hombre,
y niño se despertó.
..................................................
Yo presumí de cantor
porque a mi modo cantaba,
y de mi pecho sacaba,
cada nota, con su acento,
los hilos del sentimiento,
y en la canción los ataba.
Del hermoso firmamento,
del Sol, que tanto miré,
de los campos que crucé,
de los pájaros que oí,
de todos algo aprendi
y de todo yo canté.
Siempre dócil mi guitarra
sus voces siempre me dio,
y su tristeza escondió
-si alguna vez la tenía-
para cantar mi alegría
cuando alegre estaba yo.
En esa confianza zonza
mi alma vivió engañada,
sin comprender que colgada
iba en mi propia ilusión,
que hoy se cortó del tirón
como una soga mellada.
Borracho de sentimiento
por la música que oí,
a mi guitarra exigí
que diera igual armonía;
y ella dio la que podía,
no la que yo le pedí.
Es que en mi alma vibraba
una música hechicera,
y en mi ilusión eso era
tener yo la facultad
de hacer, por mi voluntad,
que mi guitarra lo hiciera.
Y la confusión que tengo
es sentirme desarmado.
En mi fe desengañado
soy un hombre diferente:
siento vacía la mente,
y el corazón muy cargado.
Ahura soy pájaro mudo,
privado ya de cantar;
quiso mi mal aumentar
el que mi pico cerró
y las alas me dejó
pa que pudiera volar...
.....................................................
.....................................................
Las palabras de Raimundo
fueron perdiendo vehemencia;
se olvidó de mi presencia,
siguió muy bajito hablando,
como solo, murmurando...
Apenas le oí:"¡Paciencia!"...
-¿Para qué sirven las alas
si falta resolución!
Vuela sereno el Halcón
cuando los vientos lo azotan,
porque las alas le brotan
de adentro del corazón.
El ave que de mañana
cantaba sobre su alero,
¿qué sabe usté, aparcero,
si mayor pena tenía,
y guapeando la escondía
con su canto placentero?
Y hasta el mismo sol brillante,
que vino todo alegrando,
¿sabe usté si está penando
en aquella loma hundido,
y con su mal escondido
mañana vuelve jugando?
Las estrellas brillan más
en la noche más oscura;
talvez sea la negrura
sus almas que están penando,
y con su luz engañando
sólo muestran hermosura.
Bastante tiempo ha vivido,
y estas cosas no las vio;
contento al mundo miró,
y el mundo, como un espejo,
su propia vida en reflejo,
y no la vida, mostró.
Creído que la existencia
era una suerte bendita
no vio la inquietud que agita
al que no se ve temblando,
ni penar sino llorando,
ni dolor que no se grita.
Ahura porque a usté le duele
quiere ver alrededor,
y otra vez engañador
el reflejo lo confunde,
y toda la vida se hunde
en su charco de dolor!...
No son culpas de la vida:
son culpas del inorancia;
falla el ojo en la distancia,
en pensar, el pensamiento,
en sentir, el sentimiento,
y en todo, nuestra arrogancia.
Talvez por eso se achica
sintiendo adentro su mal.
La inocencia es pedernal
que el desengaño golpea,
y usté cree, cuando chispea,
que se quema un pajonal.
Y asustado por ser maula
en el trance se quedó,
con el miedo se tapó
y siente, sin ver más nada,
que en aquella llamarada
toda su vida quemó.
Saque un poco la cabeza
y refresque su sentido;
mire, ya más advertido,
y verá, desengañado,
que el árbol, hasta volteado,
vive del suelo prendido.
De lo alto de la sierra
una piedra desprendida,
en la quebrada, caída,
parece hallar su destino;
es, nomás, otro camino
donde comienza otra vida;
como buscando su tumba
a la quebrada llegó;
ella sola se enterró,
y en la primera creciente
en sus brazos el torrente
a ver la luz la sacó.
La vida no se malogra
porque la rompa un dolor,
porque la corte un temor,
porque la melle la duda:
hasta en un odio se anuda
si no se encuentra un amor.
-Son muy lindas sus palabras,
suenan bien en la razón;
pero según la ocasión
así siente el alma humana;
escucha el vencido diana,
y en su pecho es oración!...
No es tan grande mi inocencia
como usté la quiere hacer;
ni es ese su parecer,
y su trato no me ofende:
su mano noble me tiende,
es fuerte y hace doler.
No soy un árbol caído;
más bien la piedra rodando:
a golpes la van llevando,
y en cada golpe se queja;
se para un poco, y se aleja...
¡Los pedazos va dejando!...
Pero se queja la piedra,
y el hombre no ha de quejarse;
ella se rompe al golpearse,
y uno más duro ha de ser,
y contra todo poder
resistirse y aguantarse.
Suele mostrarse distinto
el hombre sin entereza;
de su falsa fortaleza
en los dichos hace alarde,
y el corazón, de cobarde
sus quebrantos no confiesa.
Lo que me han hecho en el alma
es un tajo, y lo mostré;
de maula no me quejé,
y talvez en el momento
un chorro de sentimiento
como sangre derramé.
.............................................
-Ya le tengo más confianza,
porque pasó lo peor;
no es un tajo, es una flor
lo que una herida parece:
es un dolor que florece
en el alma del cantor.
-Será... - me dijo Raimundo,
y callados nos quedamos;
a veces tanto pensamos
que hasta el hablar se le olvida...
Yo vi su mano tendida;
la apreté, y nos separamos.
................................................
(Fin: Canto Primero)
Continuará....