El sol llegaba a su ocaso,
cuando el desierto pampeano
iba cruzando un paisano,
llevando el corcel al paso;
la manta, envuelta en el brazo
izquierdo, el gaucho llevaba,
el fuerte viento azotaba
su renegrida melena,
y en su mirada, su pena
intensa se reflejaba.
Con la cabeza inclinada,
iba aquél americano,
cruzando el inculto llano
de la Pampa dilatada;
después de alzar la mirada
hacia el poniente, un segundo,
tornóse meditabundo
y algún recuerdo evocando,
siguió al acaso vagando
como apartado del mundo.
El resplandor vespertino
enervábase; entre tanto
tendía la noche el manto
sobre el páramo argentino;
siguió el gaucho su camino
sin rumbo ni derrotero,
pero al rato el parejero
se paró en una lomada,
delante un cruz, ladeada
por la lluvia y el pampero.
Y después de estar parado
el corcel un rato largo,
salió el gaucho del letargo
en que se había engolfado;
y bajando apresurado
entre unas matas de abrojos,
enjugó sus negros ojos,
a los que el llanto inundaba,
y ante la cruz que allí estaba
postróse el criollo de hinojos.
Era de noche. En el llano,
tan sólo el leve rumor,
no se oía ni un clamor;
de un arroyuelo cercano
llegó a oídos del paisano,
que atribulado rezaba.
Densa oscuridad reinaba
en nuestra Pampa grandiosa
y en noche tan tenebrosa,
una que otra luz brillaba.
Y en medio de tal reposo
se oyó en la Pampa argentina,
la voz sonora y divina
de aquél gaucho misterioso,
que entre triste y quejumbroso
y con melodioso acento
lanzó este amargo lamento,
hijo de su desventura,
que se perdió en la llanura
con el susurro del viento.
"Padres a los que he perdido
"para siempre en este mundo,
"mi dolor es tan profundo,
"que maldigo haber nacido.
"Todo el llano he recorrido
"regándolo con mi llanto,
"y a pesar de sufrir tanto,
"el padecer no me deja;
"¡ay! mi dolor se refleja
"en este mi triste canto.
"Mis ilusiones queridas,
"cual las hojas de una flor,
"con los golpes del dolor
"cayeron desvanecidas;
"las penas por mí sufridas
"me han dejado casi inerte,
"¡cruel sarcasmo de la suerte
"tener lacerada el alma,
"y esperar sólo hallar calma
"en el seno de la muerte!
"Soy el más desgraciado
"de todo el suelo argentino,
"por mi maldito destino
"voy al abismo arrastrado;
"me hizo el mundo desdichado
"con su terrible egoísmo,
"él me impelió hacia el abismo
"y al implorar yo piedad,
"la inhumana sociedad
"me escarneció con cinismo.
"¡La vida! ¡fatalidad!
"¿qué placer para mí encierra,
"si yo jamás en la tierra
"hallaré felicidad?
"Ante la cruel realidad,
"toda ilusión se derrumba;
"¡madre es fácil que sucumba,
"porque la ansiada hora llega,
"en que el gaucho Santos Vega
"vaya a ocupar una tumba!".
Así acabó el trovador;
y al terminar, su instrumento
lanzó un sensible lamento
que conmovió al payador.
De la aurora el resplandor
clareó la ramada umbría,
y al huir la noche sombría
ante esa luz mortecina,
también huyó la neblina
que a la campaña cubría.
Una que otra ave canora
de los campos argentinos,
con sus gorjeos y trinos
saludaron a la aurora;
mientras tanto Vega que ora
sobre esa tumba querida,
se alza y como despedida
un beso en la cruz estampa;
monta... y se pierde en la Pampa
con ruta desconocida...