(Pintura: Molina Campos)
"El que apostó a las carreras
supo correr sus caballos
y yo como soy gayero,
siempre le asposté a mis gayos".
El sol pintó de colores
una mañana de enero,
el galpón de un reñidero
repleto de apostadores.
Reunieron a los mejores
plumíferos del contorno,
sin temores al bochorno
había en su ambiente sencillo,
dinero en más de un bolsillo
que no se llevó de adorno.
Para la hora oportuna
que el que apuesta muy bien, vea,
se había armado una platea
rodeada de una tribuna.
Ya el voladero era una sala
de muy alto evento
y sola flameando al viento
en una gruesa tacuara,
una insignia colorada
se elevaba al firmamento.
LLegó el juez y susurrante
fue un bullicio al ir pesando
las libras que iba cantando
de cada gallo al instante.
Depositó un contrincante
las apuestas levantadas;
muy firmes, bien colocadas
a barnizados colores,
de emplumados gladiadores
de desafiantes miradas.
Parroquianos impacientes
vieron bien clasificados,
ejemplares muy variados
de las cruzas más corrientes.
Había en todos los presentes
interés por los gayeros,
y ante los duelos primeros
con las apuestas mayores
se vió a los gayos mejores
de todos los reñideros.
Como jugador prudente
yo ahí presenté "El Cenizo",
contra uno que era el hechizo
y crédito del ambiente.
El mío era descendiente
de buena cría "Charata"...
Pasé una tarde muy grata,
junté pesos a dos manos,
me los limpié a los paisanos
y yo me fui con la plata.
Hay quien dude y quien me crea
cuando me traje los reales,
contantes y muy cabales
ganados en Necochea.
Otra vez la pasé fea
con un giro brasilero,
fue por Azul y el dinero
allí se ha jugado a muerte.
¡Por suerte! esa vez la suerte
dabla tabla el reñidero.
Quien se atrevió a poner banca
cuando me elogió el decoro
con las dos medallas de oro
que me gané en Bahía Blanca.
Por mi alma gayera blanca
mi testimonio flamea,
jamás me formé la idea
de hacerlo mártir, un día,
sabiendo que se podía
perder en una pelea.
Lo derrotó un colorado,
gayo de grandes laureles
que se fue con los caireles
rotos, y todo sangrado,
dejó al Cenizo acostado
una mordida certera,
a la muchedumbre entera
se le inmutó hasta el murmullo
y a mí me prohibió el orgullo
llevarlo a otra gayera.
No soy hombre que frangolla
la condición de un gayero,
ni lo mandé al reñidero
ni lo pasé por la olla.
Entre la gente criolla,
mentas grandes fui ganando,
si llego a seguir contando
mis prominentes campañas
pensarán que son hazañas
que las estoy inventando.
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