(Dibujos: Esteban Diaz Mathé)
Poblaron el ambiente los ladridos
incesantes del perro,
mezclados con los gritos, los silbidos
y el ruido del cencerro.
Ya se halla la tropilla acorralada:
se alza un nervudo brazo,
silba en el aire la certera armada
que vuela al ras de la tierra hecha un anillo
y un chúcaro tordillo
hace cimbrar el lazo
que transformó a sus bríos en ovillo.
Corre un gaucho; le afirma la rodilla
en el cuello. Su mano que es un hierro
asegura la oreja, y la tropilla,
acosada de nuevo por el perro,
de amor relincha a la verdeante falda
al tornar otra vez a la gramilla
que peina el viento en ondas esmeralda.
Mientras de su pañuelo hace una vincha
el domador, ciñendo su cabeza,
oye el cautivo el ruido del cencerro,
y a la yegua madrina le relincha
con un extraño dejo de tristeza.
Ya el gaucho se halla lejos del palenque:
tiene ritmo la lonja del rebenque
en el castigo de la mano dura,
y al entrar los padrinos en escena,
en los claros ijares se empurpura
la espuela nazarena.
Dispara el bruto. Tiembla la campaña.
El lomo se hace un arco. A cada bote
responde el domador con un azote,
uniendo a su coraje, audacia y maña.
Corcovea ocultando la cabeza
y en el mismo lugar gira ligero
el potro, pero muestra su destreza
el domador, pegado en el apero.
Bufa luego, rabioso; en un siniestro
esfuerzo, se bolea, y el valiente
sale de pie, sonriente
y ostentando en la mano su cabestro.
Finaliza la homérica contienda.
Los últimos rigores
le muestra el gaucho al tironear la rienda.
Dejando entre los apadrinadores
espumarajos blancos
y exhalando los últimos bufidos,
vuelve el potro, sangrando de los flancos,
a engrosar la legión de los vencidos.
LOS HERMANOS BALTAZAR
Hace 6 días
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