Salí a recorrer el campo
y los perros que me vieron
enseguida me siguieron,
¿quién los hacía quedar?
y ande empecé a galopiar
por detrás mío salieron.
Y ya sobre el campo abierto
su alegría se desata,
y ande vían una mata,
en el momento oportuno,
iban pasando de a uno
para levantar la pata.
Y ande osaron los peludos
pa'comer una raíz,
hasta la cueva de cuis
la escarbaban y olían
y en todas partes metían
de curiosos la nariz.
Por allá salió una liebre,
y pa'qué, en cuanto la vieron,
por detrás de ella salieron
como potros desbocaos,
y ya toditos cortaos
a correrla se tendieron.
Como a los doscientos metros
se entraron a distanciar;
el cuzco empezó a quedar
por la loma'el diablo atrás
y al poquito andar nomás
la liebre entró a gambetiar.
Les volvió a sacar ventaja
al vandiar el cañadón
después tomó en dirección,
la liebre que las pelaba,
para el cuadro donde estaba
la majada en parición.
Cruzó el alambrao sin vista
y les buscó el cuestarriba,
y por donde quiera que iba
los perros iban dejando
ovejas cáidas balando,
corderos patas pa'arriba.
Cuando le dieron alcance
los tarascones le erraron,
y cuando al fin la rodiaron
se ganó una vizcachera,
y los perros en carrera
casi de largo pasaron.
Meterse adentro a sacarla
el perro grande quería,
pero qué, si no podía
meterse adentro'e la cueva;
y todos hacían la prueba
pero ninguno cabía.
Hasta que al fin llegó el cuzco
y hasta el fondo se metió.
Allá adentro le gruño
y la trajo a los tirones
y afirmao en los garrones
hasta ajuera la sacó.
Se la tuve que quitar,
no sin trabajo primero,
y el más grande y el overo
por matarla se peliaban
porque si la manotiaban
le iban a estropear el cuero.
Como el cuzco de mi cuento
también la liebre he corrido,
y aunque lejos la he tenido
nunca he perdido la fe,
y si aún no la alcancé,
entuavía no se me ha ido.
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