Esta tierra que siembro es mi patria y la quiero.
Nudo de mi existencia: canto, sudor y lágrima.
Para quererla tanto como la quiero, tengo
una razón profunda: me costó enamorarla.
Con el primer rastrojo tuve colchón: la chala
es lana de colonos. Mi puño, desde niño,
se abrió como una rosa en ademán agrícola
para echar en el surco el corazón del trigo.
Mi abuelo hirió su seno con ternura de novio.
Sobre su geografía, bajo el sol inclemente,
la voz mediterránea de mi padre decía
sus canciones de fe. Y ella nos dio la muerte.
Por todos sus caminos se llega a alguna parte.
Estas sendas que viajan apretadas de chacras
anticipan las manos labradoras cordiales
con ladridos de perros y frescura de plantas.
El silencio es su jefe; la luna su destino;
el horizonte llega, sangrando por la herida
roja del sol, en ancas de parvas o de trojes;
nuestras noches no tienen estrella preferida.
Ni historias ni consejas la turban. Esta tierra
es un presente másculo de trabajo y de surcos.
La historia estaba hecha cuando llegó mi gente,
pero ellos impulsaron su rueda: ese su orgullo.
Un río bravo baña su dorso; pero el canto
del río no le inquieta. Y el pez es lo de menos.
Para acunar los sueños litorales le basta
el ruido de la lluvia jugando por los techos.
Esta tierra que siembro es mi patria y la quiero.
De ella me viene el canto, la fatiga, el dolor.
Mi ley está en herirla, en sembrarla, en quererla
y en decir su alabanza como en esta canción.
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