Cuando ya viene bajando
el sol en su último apronte
y colorea el horizonte
como una herida sangrando,
bajo de un sauce mateando
en mis delirios me pierdo,
miro al sol que se hunde lerdo
y en esas horas de calma
dejo que me entibie el alma
la brasita de un recuerdo.
Y viene el pago natal
a prenderse en mis pupilas,
las tardecitas tranquilas
de mi niñez sin igual;
de su tarea rural
mi padre volía contento,
mi madre con sentimiento
sabía alumbrar nuestras huellas:
sus ojos eran dos estrellas
bajadas del firmamento.
Y aquél rancho que al pampero
supo aguantarle el rigor
y que era un nido de amor
como el nido del hornero,
zorzal, calandria o jilguero
sus trinos nos regalaban
y al oir cómo cantaban,
ya soñaba este destino
me parecía que un camino
de cantor me señalaba.
Por eso en la tardecita
me pongo a soñar despierto
en un pasado que ha muerto
pero que en mi alma resucita.
Desde mi niñez bendita
recorrí un camino largo
y hoy que algunas penas cargo,
mis ilusiones no pierdo,
mientras me quede un recuerdo
que endulce mi mate amargo.
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