Tal vez por mandao del cielo
al mundo llegué cantor,
y así es que quiero, señor,
que el canto sea un consuelo
que tenga un lírico vuelo
sobre la región desnuda,
que endulce la pena aguda
de tantos compañeritos
o curtidos pastorcitos
de alpargatas bigotudas.
Yo he visto en varias pasadas
bajo el invierno más frío,
al chiverío bravío
silbando por la quebrada,
divisando la majada
desde lo alto d'un caldén;
por eso vaya mi edén
que al punto quiero elevarle,
¡cómo no voy a cantarle
si yo fui pastor también!.
Apenas salta el lucero,
silbando su tropa arrea
y cumpliendo su tarea,
se va con rumbo al estero,
ya tiene curtido el cuero
de andar entre fachinales;
él no conoce los riales
ni sabe contar un cobre,
por ser hijo de algún pobre
que habita en tierra fiscales.
Pasan los días ventosos
que trae setiembre y agosto,
por ese camino angosto
de un presente trabajoso;
allí no existe el mimoso
ni el regalón de papito,
entre tantos muchachitos
como lo fuimos nosotros;
anda uno como los potros
por los campos al galopito.
Por eso es que de pichón
uno llega a acostumbrarse
que la vida hay que ganarse
tirando por ahí de pión,
y al cruzar por la extensión
por donde el pastor acampa,
el corazón se descampa
y entre poesía te digo:
hoy sí te canta un amigo,
pastorcito de las pampas.
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