En los fogones sin par,
llamados de esquiladores,
entre perros y motores
como a un tren lo he visto humear.
Y sin dejar de espumar
cada hora que desfila,
al ir cargando una pila
de años de jornalero,
voy a cantarle al puchero
pero al puchero de esquila.
Cuando uno recién empieza
a trabajar afanoso,
le parece delicioso
y no le alcanzan las presas.
Pero cuando el mes ya pesa
andando de esquilador,
al doblarse con valor
entre lanas y maneas;
por delicioso que sea
se empieza hacer cansador.
Es raro que el cocinero
por más que tenga vaquía,
entre la noche y el día
no le encaje algún puchero.
Por lo general: enteros
suelen venir los cogotes,
de esos capones grandotes
que el patrón sabía tizar,
y que entrando a masticar
la carne es como garrote.
Desde ya que el espinaso
cuando don "Cuchi" se apura,
sin buscarle "coyentura",
lo corta de un solo hachazo.
Va metiendo de a pedazos:
carne, papas y cebollas,
y mientras se desarrolla
el trabajo en el galpón,
sobre el calor del fogón
hirve despacio la olla.
Y pa'que don "Cortadera"
no llegue haciéndose el loco,
lo va espumando de a poco
dando vuelta desde afuera.
Por hay se asoman enteras
las cebollas y las papas,
y como siempre con yapa
le hechó ají y pimentón,
sabe quedar un montón
en el revés de la tapa.
Yo he tenido compañeros,
que al principio rezongando,
sabían decir masticando:
-"Siempre hacen poco puchero",
pero al ir el mes entero,
de esquila, lucha y sufrir,
¡quién Mandinga iba a decir!,
que aquellos mismos quejosos,
con una sopa al reposo,
callaos se iban a dormir.
La sopa gorda y espesa,
de fideos y grasitud
que al tomarla por virtud
parece que al punto pesa,
y lo mismo que las presas
vuelven hasta con la almohada
y con las pilchas ya atadas,
sabía decir un playero:
-"Que sigan los cocineros
espumando la tiznada".
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