Pienso que’l gaucho surero
nunca ha sido alabancioso,
pa’ saludar, respetuoso
siempre se quitó el sombrero.
Jue’n el combate, altanero
repeliendo al invasor;
en las lides del amor
embozaló su coraje,
y al regresar al paraje
por vocación, jue cantor.
Cantor, sí, porque sentía
amor cristiano y profundo
por la gente de su mundo
y la tierra en que vivía.
Con lo poco que tenía
conciente de su pobreza,
jamás faltó a una promesa
y si llegaba un viajero
solía servirle primero
el mejor pan de su mesa.
Pero hoy, escucho cantores
cantar milongas sureras
con palabras altaneras
y versos provocadores,
suficientes, superiores;
parece -más que cantar-
que invitaran a peliar
como vulgares matones,
con semejantes facones
que ni saben afilar.
Hablan más de un parejero
que de un pingo pa’l trabajo;
mentan al que luce un tajo
que otro le marcó en el cuero.
Con lenguaje pendenciero
cantan, como provocando
mientras le siguen cantando
al paisano verdadero:
¡que no hay hombre más campero
que’l hombre que’stá cantando!
No hablo del cantor social
que denuncia un atropeyo
o defiende todo aqueyo
de interés universal.
Hablo del cantor “trivial”
que desperdicia el talento
y no sigue un mandamiento
muy difícil de olvidar:
“-Acostúmbrense a cantar
en cosas de fundamento”.
No quiero un cantor sumiso
que aguante cualquier chirlazo
o, que pa’ salir del paso
eluda algún compromiso,
ni aquel que pide permiso
pa’ dejar una verseada
usa de la compadrada
cosa que yo no la entiendo
pues, dispués sale pidiendo
perdón por la refalada.
Bueno… ¡ya me desahugué!
no solo por criticar,
yo no canto por cantar
mi canto tiene por qué.
Si a algún colega chucié
por lo que he dicho opinando
no han de verme disculpando
porque siento un soberano
respeto por el paisano
¡que’s pa’ quien estoy cantando!
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