mordizquiando una manzana,
sentada en el oscilante
cabezal de la culata.
Tráibas zapato amarillo,
vestidito de zaraza,
las trenzas sueltas al sol
brillando de aceite ‘e pata!
Eran un lujo esos güeyes!
franqueros, hoscos y pampas
d’esos que agarran la güeya
sin merecer la picana.
Les ataste pa’ la fiesta
macachines en las guampas;
¿tráiba malicia el clavel
que me diste a la pasada?
Los cerros del Valle Edén,
en redondo corcoviaban…
Tenía olor a primavera
la brisa de la mañana…
Mi tropa andaba ligero
porque había olfatiao el agua,
y en un flete coscojero,
rabicano, ‘e gran alzada,
venía yo como de novio,
con todo el chapeao de plata,
de pata dura, luciendo
los estribos de campana.
Venías en tu carreta
mordizquiando una manzana.
“¡Moza! deme una mordida!”
-te dije- pa’ que brillaran
tus ojos de Nochebuena
dormidos de serenatas.
Me contestase a las risas
entre el mugir de las vacas:
“Si San Antonio lo ayuda
no se ha de morir de ganas!”
Los cerros del Valle Edén
bellaquiaban en redondo…
el aire, pasaba ardiendo,
como un lonjazo en el rostro…
Tuve que picar espuelas
pa’ enderezar un barroso
que se me hacía cimarrón
si le mezquinaba’l ojo,
y juí el que perdió tu amor
por no descuidar un toro…
Tomaron rumbos distintos
tu carreta y mi esperanza.
Parándome en los estribos,
te acaricié en la palabra
de mi pañuelo de seda
con voz de pena lejana…
Y después, cuando tu risa
palideció en la distancia,
acosté un silbido triste
sobre el lomo de mis vacas…
“Hopa! Hopa! Bichos lerdos”.
Polvo, pezuñas y guampas,
y el sol parao en el cielo,
y esta güeya que se alarga,
y el repique del cencerro,
y ay! qué vidita aporriada!
Siempre arriando alguna pena
pa’ la feria, o la guitarra!
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