jueves, 23 de agosto de 2012

Alba del 23 de agosto



El alba de agosto nacía a empujones
detrás de la curva cintura del monte.
El Chañi en la frente se ató una diadema
y el Zapla en los ojos ató un horizonte.

El cielo tensaba su espalda desnuda
rasgada por largos cuchillos de cobre.
Las grises campanas lloraban de angustia
sus notas redondas golpeaban el bronce.

La gris humareda tendía sus encajes
debajo un invierno de añil y de azogue.
Los vientos llegaban heridos de muerte,
vendadas las frentes con negros picotes.

Vibraba en la parda canción de la tierra
un Bando amarillo con piel de tambores:
¡Que nadie se quede! ¡Tan sólo los muertos!
¡Tan sólo el silencio de las quemazones!

Atrás van quedando los patios desnudos,
el húmedo aljibe, los altos balcones,
las lágrimas rotas mojando la tierra
que hallarán impuros los pies invarores.

Adentro del tiempo se rompen los ecos,
adentro del alma la pena se esconde;
adiós en el llanto de azules pupilas,
adiós en las viñas, adiós en los hombres.

En brazos del dulce sostén del camino,
más allá del sueño que entibian los soles,
la tierra fecunda se extiende en azúcar
y en blancos azahares descansa la noche.

Allá se descubren los pechos de greda,
las lanzas, los sables, las garras de halcones;
sobre el estirado calor del naranjo
Tucumán y Salta desangran legiones.

Jalón de heroísmo, la gente de agosto
rezada al rescoldo de antiguos fogones.
Un sol de lapachos desciende hasta el Valle
por un desbordado caudal de gorriones.

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