Encontraron dos milicos
a seis "pampas" en un bajo,
andaban de descubierta
cuando apareció el infiel.
Los patrones del desierto
con algunos desertores,
se mostraron muy amables
bajo el mando de Epumér.
Eran dos pobres soldados,
dos guardianes de Racedo,
dos incautos que escuchaban
un dialecto parlotear.
Preguntaban los nativos
los remintón cómo eran
y los bondadosos tontos
se los dejaron quitar.
Y se armó la batahola
al quedarse sin las armas,
allí recién se dan cuenta
que todo llegó al final.
Les quitaron los caballos,
los desnudaron completos,
y Epumér sobre la marcha
los quería fusilar.
Pero un gaucho se interpuso
de los de ellos un alzado,
uno que tenía en su pecho
algo más que corazón.
Lo fue convenciendo al jefe
que desnudos los dejaran
y Epumér ya más tranquilo
ahí desnudos los dejó.
Y después las que pasaron
cuando llegaron de vuelta,
a pie, sin ropas, "en pata"
sin caballo y sin fusil.
Uno fue a montar el zaino,
otro fue al estaqueadero,
y los compañeros todos
reían en el fortín.
Y siguieron los reproches
con servicios recargados,
las vergüenzas y las bromas
todo debían soportar.
Por culpa de unos ranqueles
que los creyeron amigos
purgaban las penitencias
que tenían que pagar.
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