De un elevado ranchito
en Costas del Paraná,
contemplo como un biguá
que levantó un pescadito
sigue volando bajito
y más allá un camalote
que el agua sostiene a flote
y que el perro de un isleño
está esperando a su dueño
que va remando en su bote.
De unos tupidos sauzales
que están sus ramas bañando,
tranquilamente cantando
una yunta de zorzales;
cada flor en los ceibales
parece una abierta herida,
un ave desconocida
grita sin mostrar el bulto
que tendrá su nido oculto
entre la fronda tupida.
Y cuando hacia el monte cruzó,
da un grito la gallineta,
la pava del monte inquieta
viéndome como un intruso
a todas en guardia puso
anunciando inundación;
levanta el nido un ratón,
dejan de comer raíces
para ocultarse unos cuises
y una nutria va al sanjón.
Y, temprano en la mañana
tras un ruidoso aleteo,
me despierta el benteveo
llamándome en la ventana.
Es como un toque de Diana
que al monte hace despertar,
escucho el dulce trinar
y no alcanzo a comprender
que ninguna fue a aprender
y todos sepan cantar.
Acá, uno medita y sueña
contemplando el paraná
que peces y agua me da
y el monte flores y leña;
un avecita se empeña
en brindarme su amistad,
yo las traté con bondad
y se vienen acercando,
yo pienso "están ensayando
un himno a la libertad".
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