martes, 7 de junio de 2011

El gaucho de antes


En el fondo adormecido
del colonial vasallaje
sobre la tierra salvaje
fuiste gaucho concebido;
hijo de un amor sin nido
que al pie del ombú fincó
y el peligro desafió
de las fieras y el pampero
y en pobre hogar altanero
en el desierto se aisló.

No ahogó tu sed de vagancia
la honda caricia celeste:
aire, flor y efluvio agreste
nutrían tu ruda infancia.
Brazo férreo de la estancia,
su custodio en la llanura,
bien probaron tu bravura
la res fiera y el malón:
Dios forjaba en ti al varón
de la gran raza futura.

Yo te evoco, y la verdad
en plena luz me presenta
tu gran figura que alienta
con vientos de inmensidad.
El grito de libertad
fue tu mismo y propio grito
y por sentirlo bendito
con él fuiste, gaucho de antes,
desde los Andes gigantes
a lanzarlo al infinito.

Si era brutal tu recreo
con el pato y la pechada,
era labor y era hombrada
tu bárbaro pastoreo;
doma o yerra era un visteo
y hasta un duelo con la muerte,
que altivo, sereno y fuerte,
en la guerra o en la paz
como tu lazo, en un haz
tuviste a la varia suerte.

Cuando el pial de la distancia
te dió las leguas a miles
sin más huellas ni carriles
que los que hizo tu constancia,
arreaste de estancia a estancia,
o, boyero de porteños,
a los confines jujeños
de tu carreta al cuidado,
fuiste en el yugo sentado
cantando como entre sueños.

Sin puente pasaste al río
y sin túnel la montaña,
dueño en poblado y campaña
de tu innato señorío.
Ya aceptaste el desafío
de payar junto al fogón,
ya un baile con relación
para encender en la moza
con la respuesta donosa
el fuego de una pasión.

De la cordillera al mar,
del norte ardiente al sud triste,
cuanto hoy de vida se viste
fue tu palestra y tu hogar.
Siendo vasto como el mar
era hostil tu vago suelo,
pero con fecundo celo
fue prendiendo en él tu ardor
tantas hogueras de amor
como estrellas tiene el cielo.

Más de un malvado sin fuero
galleando de rey paisano
llevó tu impulso lozano
al criminal entrevero.
Más si en tu afán de sombrero
bajo los potros rodó,
en tu blanca vincha vió
sobre tu melena lacia,
alborear la democracia
que tu pecho presintió.

Tras la cruzada primera
por el pago de los pagos,
los indígenas amagos
domeñaste en la frontera.
Tu continua montonera
toda opresión fue rompiendo;
así la patria fue siendo
ancha vecindad sin valla,
el poncho de inmensa malla
que tu amor iba tendiendo.

La extraña gente que acampa
en su seno, entonces luego
con tu progenie de fuego
que le da tu alma y tu estampa.
En el plantel de la pampa
sobre este nuevo existir
viste el santo sol lucir
y henchido de viejas dianas,
sublime de años y canas
saludaste el porvenir.

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