Por esta vieja guitarra
ha desfilado armoniosa,
la milonga quejumbrosa
y la cifra más bizarra;
cuando le solté la amarra
al velero de mi vida,
hermanamos enseguida
las virtudes de los dos
y bajo el poncho de Dios
fue optimista la partida.
Ella me vió tembloroso
mostrar por primera vez,
mi desnuda timidez
de muchacho vergonzoso
y ante el poder misterioso
que el cerebro titubea,
se encendió como una tea
con un sonido vibrante
como diciendo: "adelante,
mensajero de la idea".
En los años que llevamos
de marcha triunfal o cruenta,
hemos perdido la cuenta
de los muertos que tocamos;
las cenizas encontramos
del zorzal que encontró a Vega:
¡cuánto más larga es la brega,
más experiencia se junta!
y el ombú nunca pregunta
qué pájaro es el que llega.
Hemos visto regresar
con la ropa carcomida
al orgullo que a la ida,
ni nos quizo saludar;
nos han tirado al pasar
tantas flores como espinas,
dicen las leyes divinas:
"por alto que sea un palacio
la acción del tiempo despacio
cantará sobre sus ruinas".
Cuando el velero se vaya
en una ráfaga brusca
y la muerte me introduzca
a un océano sin playa,
esta guitarra uruguaya
se cuelgue junto a una flor
y se marchite de amor
como novia que se deja:
o se destruya de vieja
esperando al payador.
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