En la estancia “El Pajonal”
partido de Pueyrredón,
encontró a Lorenzo Alcón,
Juan Ceferino Cabral;
después del ‘dentrá’ habitual,
se pusieron a matear
y en su mucho recordar
escarbando en la memoria
hallaron penas y glorias
que los hacían meditar.
Acorralaron hazañas,
acollararon motivos
y relatos sucesivos,
de llanuras y montañas;
no hallaron cosas extrañas
de que hablar ningún momento;
recordaron a un Barriento,
gran jinete y domador,
mientras algo evocador
florecía en el pensamiento.
Mil recuerdos barajaron
que del recuerdo salían
y que iban y venían
porque ellos los despertaban;
las alegrías se mezclaban
a malos ratos de ayer;
contradicciones, placer…
todo una íntima historia…
músculo hacía la memoria
por no dejarse vencer!...
Al fin la mente exprimida
tanto y tanto recordar,
se entraron a lamentar
que se acortaba la vida;
mientras yo, a mi despedida
al salir fui deduciendo,
que esos dos hombres haciendo
sus más viejas narraciones,
eran como dos mojones
dos épocas dividiendo.
Y ya cerrando el final
de aquella conversación
dorada en aquel fogón
por Lorenzo y por Cabral;
éste, pisando el umbral
y con voz del que hago olvida,
preguntó a su despedida:
-¿Y de qué murió Mariano?
-Mirá… pa’ decirte, hermano,
murió de falta de vida!
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