Exhaltación al coraje fue
por ejemplo
el malambo.
El malambo se baila contrapunteando
escenario lógico: la pulpería.
Suelta la guitarra su ritmo bravío...
de la guitarra se contagian
las rodajas de las espuelas
cuyos pinchos lo inoculan al piso de tierra
que enardecido por la inyección
y acobardado por los pinchazos
se rebela y quiere irse, alzándose en polvareda.
La atención religiosa del auditorio
tonifica los músculos del bailarín.
La misma pulpería se asoma al espectáculo
por la pupila dorada de la botella de caña
que tiembla en el mostrador.
El bailarín
en un alarde imposible de agilidad,
zapatea avanzando y retrocediendo
con pasos cortos y precisos,
fintea con las espuelas
como para despistar de sus intenciones
a un rival imaginario.
Arranca,
zapatea avanzando
y sobre las barbas mismas del contrincante
remata la mudanza de un staccato con brío
como si quisiera
remacharse al piso
para hacerle pata ancha a una embestida.
Pero el malambo va más allá,
hay mudanzas en que el bailarín
sale al medio cuchillo en mano
y al compás de la música
lo va chairando en la bota...
y otras en que lo clava en el piso
y le zapatea alrededor
como en un grito salvaje de adoración.
Enfrenta la liturgia al terminar
la copa de caña que le valió la proeza
es como un cáliz que se alza
en la noche de coraje!
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