Hecha a montes y rastrojos,
gaucha, linda y potrancona,
su alegría y su persona
me dentraban por los ojos.
Luego el trato, la confianza,
el verla guapa y sufrida
me añudaron a la vida
con un hilo de esperanza.
Cavilaba en su inocencia...
yo era un medio diente duro;
muchas ocasiones, juro,
me asustó la diferencia.
Pero, aparté desengaños
y me acordé del consejo:
No olvidés ni cuando viejo
que en amor, no cuentan años.
¡Y áhi corajié!... Una mañana,
gaucho también, de improviso,
sin palabra y sin permiso
le di un beso en la ventana.
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