jueves, 24 de enero de 2013

La confesión de un nutriero





Corría el año dos mil
y yo sin un patacón,
encaré pal’ cañadon
casi pa’ fines de abril.
Y en mi carácter cerril
como vasco porfiadazo,
tal vez por andar escaso
cuando cuadré la linyera,
le puse las diez “Piazeras”
y un poncho echo pedazos.

Al otro día tempranòn
y como güen ambulante,
busque una güeya distante
y lo convidé a talón.
Entré en campos de Melón
donde cuidan la coluda,
y enrrialè no tengan duda
en el hunco mas espeso,
pensando ganar un peso
y un hambre morrocotuda.

Soplaba del norte el viento
cuando el paisa prendió fuego,
y yo en el rial dende luego
tuve un mal presentimiento.
Y guiao por un pensamiento
con el agua hasta el cogote,
me cubrí con camalotes
hasta que gané la oriya,
cuerpo a tierra en la gramiya
y un ardor en el gañote.
  
 “La plata busca la plata”
dije pa’ mi convencido,
pa’ mejor había perdido
una de mis alpargatas.
Tendré que meterle en patas
pensé, con tantas espinas,
y entre el humo y la neblina
con poca visión a gatas,
calzao de una sola pata
era yo un paisano en ruinas.

Ya sin trampas sin maleta
pero con vida por suerte,   
a la guadaña e’ la muerte
vi de cerca su silueta…
Las tripas unas morisquetas
me hacían como reproche,
y ya casi a boca e’ noche
me alzó un gaucho en un vagón
de apelativo Rincón,
puestero de los Pedroche.

Dende’ntonces una trampa
ni a los ratones  le tiendo,
por consiguiente defiendo
la vida, en mis versos pampas.
Recordando aqueya estampa
escapando de las yamas,
juramenté esta proclama
que por mantenerla trato,
¡ningún bicharraco, mato,
pa’ tapao de “ricas” damas!




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