En el viril deporte
suelen echar el resto
jinetes de resorte
con miembros de repuesto.
Anda cada jinete
clavado en una jaca
que tiene ardor de cohete
y agilidad de urraca.
Por el parejo llano,
dispersos, o en pandilla
galopan taco en mano
por detrás de una bolilla.
A veces a un muñeco
la cuerda se le embrolla,
y suena el golpe seco
de un "mate" que se abolla.
A veces la bolilla
se alza, volandera,
y da en la coronilla
de quien menos lo espera.
Alguno en el ataque
petido y todo rueda,
y como un badulaque
turulato se queda.
Con calma de templario,
satisfecho y sonriente
cualquiera a un adversario
le hace volar un diente.
No es menos peligroso
y hay casos infelices,
en que un petiso brioso
aplasta unas narices.
Un audaz arremete
con ímpetu de hazaña
y el brazo de un jinete
se quiebra como caña.
Que el polo es un conato
de batallas y lizas,
del que se sale ñato,
o rengo o hecho trizas.
Y nos enseña, hermano,
que si morir habemos
como veraz cristiano
el polo aplaudiremos
por ser deporte fuerte:
pero no jugaremos
a estas chanzas de muerte
mientras razón y calma
nos queden para ver
que el de romperse el alma
será deporte
pero no placer.
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