Para amansar un bagual
nadie como Juan Chivico,
que supo ser domador
en la estancia "Abrojo Chico".
Humilde lo conocí,
sin que lograra echar buena,
avenido con su suerte,
allá por la Magdalena.
Pocos he visto en el pago
tan varón en su trabajo
y tan limpito de boca,
pues nunca soltaba un ajo.
Quedado con las mujeres,
no era mozo picaflor.
Se ve que lo trabajaba
algún desgraciado amor.
Más que por la poca paga,
por el gusto del oficio
un caballo hacía de un potro,
sin dejarle ningún vicio.
Le pondero, justamente,
la paciencia que tenía.
Aunque a veces, en el grito,
el indio se le salía.
Porque sacar de un bagual
un caballo superior
no es cosa que esté al alcance
de cualquier frangollador.
Y como Fierro decía
-y entiéndalo quien lo entienda-,
hay mucho frangolladores
que andan de bozal y rienda.
Y presumiendo baquía,
en el fogón de los peones,
no pocos vienen a ser
domadores de tizones.
En pelo suele montar
ese mozo Juan Chivico
y gasta, de puro pobre,
el estribo de pichico.
Para dejar como seda
a los baguales, ya mansos,
bien se aguanta sobre el lomo
mil corcovos y abalanzos.
Tanto mejor es la doma
si la gente no lo apura,
pues no es poco lo que lleva
el tiempo de amansadura.
Bueno es para el redomón
conversarlo por lo bajo,
sacándole las cosquillas,
trabajándolo de abajo.
Pero si el caso es de urgencia,
de buena o mala gana,
potro que requiere meses
se entrega en una semana.
Sale mañoso el bagual
si se amansa con apuro
y es muy difícil después
asentarle el trote duro.
Y para más amolar,
la penitencia no es poca
si, por causa del frangollo,
resulta duro de boca.
Por no darle tiempo al tiempo
queda el quehacer malogrado
y culpan al domador
de los vicios del montado.
Se florea Juan Chivico
si es doma o es jineteada.
Jamás estropeó a un bagual
con alguna rebenqueada.
Y con eso Pedro Choique
-el picado de viruelas-
se daba el bárbaro gusto
de domar a cuatro espuelas.
Ya le han enlazado un potro.
Ya, con un pial, lo han volteado.
Ya en el suelo, lo embozalan
y lo dejan enriendado.
Ahora, embramado en un palo,
le rebajan el furor.
Le desesperan el brío
tres vueltas de maneador.
Bellaco parece el potro,
como el tala cuando pincha.
Pero ya ese Juan Chivico
se está ajustando la vincha.
Aunque le han puesto los cueros,
el potro es de los ariscos.
No ha sabido mezquinar
manotones y mordiscos.
Dificultosa, tal vez,
la domada se presenta.
Juan Chivico, limpiamente,
con un salto, se le sienta.
Y mientras clava la espuela,
en cuanto se le sentó,
a los apadrinadores
"¡lárguenló", ya les gritó.
Allí va, a la disparada,
el bagual enfurecido.
Sacudiéndose a lo bruto,
como un pampero ha salido.
No le valieron sentadas.
Ya sopesa el cuándo y cómo.
Ya, entre corcovos, advierte
que tiene un hombre en el lomo.
Y aunque amenaza bolearse,
no se atreve al domador
que a espuela y rebenque, ahora
le está jugando rigor.
Por fin el bruto se entrega,
como quien se aviene al mando.
Y ya en la boca espumosa
tolera el bocado blando.
Porque ni siendo pueblero
alquien pensará que es bueno
a bruto que ha de domarse
plantarle de entrada el freno.
Ya regresa Juan Chivico
con la más ancha sonrisa.
Hubo yerra aquella tarde
en la estancia "La Altamisa".
Allá se va, en su gateado,
con permiso del patrón,
para unir, sindudamente,
trabajo con diversión.
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