No hay peligro ¡Cristo mío!
como el del apendicito.
Llaman así a un pedacito
que sobra en el triperío.
Yo, que a naides me confío
pa hacer calmar mi dolor,
desesperao, al dotor
juí pa que me revisara,
y con la cencia curara
lo q'iba cada vez peor.
Porque no había más que hacer
ni cataplasmas de lino
ni friegas de aceites finos
cortaban mi padecer.
Llevando las de perder
no tuve más que aflojar,
haciéndome revisar
con el dotor, como digo,
que al verme me dijo: -"amigo,
aquí debemos cortar".
Y ya mandó al hospital
el hombre de tanta fama
que me dieron una cama
porque yo estaba muy mal.
Iba a gambetearle al pial,
cuando unos cuantos dotores,
que eran tal vez los mejores
dentraron a conversarme,
y dispuesto a achurarme,
pa hacer calmar mis dolores.
Y la cosa jué sencilla:
como sin hacerme caso,
me dieron un jeringaso
cerca l'última costilla.
No le vide la cuchilla,
pero la panza me abrieron.
Allí el sebo revolvieron
y la tripita encontraron;
en seguida la cortaron
y la herida me cosieron.
Así cualquier gaucho afloja-
pa mis adentros decía-
y pierde en esta porfía
el enfermo, si se enoja.
Quedando sin güelta d'hoja
como gaucho sin mamar,
¡que entre balar y balar,
no ha de quitarse el dolor,
si no se atiende al dotor
cuando manda cabrestear!
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