En el rodar errabundo
con que mi vida desgrano,
tengo un poncho tucumano
como no hay dos en el mundo;
ostenta el brillo profundo
de un poema evocador,
y es a su dulce calor
que ha consagrao el destino
mi arrogancia de Argentino
y mi sueño de cantor.
Quién sabe qué de añoranzas
palpitan en él despiertas,
con mis ambiciones muertas
y mis muertas esperanzas;
él sabe las asechanzas
que he sufrido, y los dolores,
y luce de mis amores
las pinceladas felices,
¡lo mismo que cicatrices
de citas, besos y flores!
Todo el doloroso arcano
de mi juventud palpita,
en la leyenda bendita
de mi poncho tucumano:
¡fue, y en decirlo me afano,
joya y abrigo en mi techo,
almohada para mi lecho,
pendón para mi moharra,
funda para mi guitarra
y escudo para mi pecho!
Aunque es su aspecto sencillo
por sus guapezas gloriosas,
¡luce cribas como rosas
dibujadas a cuchillo!
Un aborigen caudillo
me lo brindó cierto día,
y es por eso que en la guía
de su tejido parece,
que el alma indiana florece
y evoca la raza mía.
Cuando con voz conmovida
mis viejas nostalgias troncho,
parece que me habla el poncho
de mi mocedad florida;
ante él reocbra mi vida
sus dulces evocaciones,
y al medir las decepciones
que hacen pesada mi cruz,
son como abejas de luz
en sus flecos mis canciones.
Por eso cuando me aleje
y mi alma meditabunda
de la luz con que hoy inunda,
el postrer rayo refleje,
ansío que se me deje
besar su tejido indiano
y cuando mi cuerpo humano
yazga en la fúnebre caja
que se cosa mi mortaja
con mi poncho tucumano.
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