El aire de la noche recibía
un tropel de relincho degollado
y un arisco desierto empecinado
al indio en su misterio lo envolvía.
El huinca aquella tierra concebía
en sus dones por fuerza de reinado,
y al invadir la pampa enajenado
con los rezos tapaba su herejía.
Caldén y piquillín -trenza de champas-
engarzaron de espuela los garrones
ensartando la muerte entre sus guampas.
Murieron desafiando perdigones…
Así se fue la Patria de los pampas:
con el muñón sangrando de malones.
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