Lectio divina
Vivir en las cosas, sentirlas a ellas;
dejar que nos hablen, saber escuchar;
lenguaje sencillo que expresa la vida;
que no reflexiona, que canta, nomás.
Sentir la mañana nacer en las sombras;
sentir que despierta lo que vivo está;
lenguaje sencillo de vuelos y cantos,
lenguaje espontáneo de un despertar.
Tal vez es el hambre. Quizás es la ausencia.
Tal vez es instinto, respuesta a la luz.
Porque vuelo y canto también tienen meta,
y la meta es siempre salir hacia un tú.
Sentirse bien solo, tocar el silencio,
sentirlo quebrarse a su alrededor;
venir de la noche remando hacia el día;
sentirse en camino, llamado por Dios.
Setiembre respira por las madrugadas,
entre fresco y tibio, igual que un nacer:
si Dios ha dejado su huella en las cosas
¿por qué no buscarlo al amanecer?
El rocío brilla, maduro de grillos,
y despide estrellas que muriendo van;
el viento se astilla rodando en los pastos
y el sol va peinando con luz al trigal.
Patio de mi escuela que inicia su día,
donde cada cosa ensaya su voz;
si Dios es la Vida, el aula es el alba
donde cada cosa nos habla de Dios.
Saber escucharlas: ¡es eso el silencio!
Dilatar los ojos. ¡saber contemplar!
Tener el oído abierto y dispuesto:
...la Lectio divina ha empezado ya.
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Si decimos que amamos a Dios a quien no vemos y no sabemos amar lo que vemos, somos unos mentirosos. Y Dios no habita en nosotros. Pienso que para aprender a leer a Dios en la historia, tenemos que aprender a deletrearlo en la naturaleza. Recién entonces podremos internarnos en la Escritura, capacitados para la Lectio divina.
(del libro: "Las abejas de la tapera", pag. 26 y 27. Edit. Patria Grande).
1 comentario:
precioso!
I.
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