lunes, 16 de septiembre de 2013

El traicionao




Una manopla callosa
acogotaba el cordaje
y un alarido salvaje
puso la nota angustiosa.
Más dolida y quejumbrosa
que’l bramido de una fiera,
daba la impresión certera
de ver un tigre llorando,
al escucharlo cantando
a ese hombre de campo ajuera.

Juan Manuel era el cantor,
Lucero de apelativo,
gaucho buenazo y altivo,
más valiente que’l valor.
Lo había chuciao el amor
y tan fuertemente herido
estaba más afligido
que matungo acollarao
cuando en el palenque atao
oye un cencerro perdido.

“Yo la quise de verdá
con la juerza de mi hombría
y ella pagó con falsía
a tanta sinceridá.
Dios la tenga en su bondá
si mi amor ha traicionao…”,
y el paisanaje extrañao
se quedó al lao del fogón
más triste que la oración
que se le reza a un finao.

Todo el veneno dejó
de su amargura sentida
aquella fiera dormida
por la mujer que adoró.
Y en voz alta disvarió
sus juertes cavilaciones
diciendo que entre varones
por más que orejeé derecho,
naide adivina en que pecho
se escuenden las intenciones.

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