Ariqueando a los perros, prevenido,
llega el mozo, baqueano, viento en contra.
Y hasta al frene del pingo que desmonta
le "manea" la coscoja por el ruido.
Se aproxima hasta el quincho de la huerta
vigilando hacia el rancho que dormita.
Y allí espera, hasta la hora de la cita
siempre atento al rumor de algún alerta.
Son la once, mas bien medio corridas
y la noche estival se despereza,
en la luna grandota que bosteza
galopando en el cielo mal dormida.
Sonrie el gaucho feliz, y sin urgencia
arma un "negro" de puntas hilachadas,
y ocultando el tizón echa pitadas
por "matar" con el humo la impaciencia.
Derrepente, una puerta silenciosa
va agrandando una hendija con recelo,
y allí asoma, emponchanda con su pelo,
una criolla vestida color rosa.
Tira el pucho el paisano y de goloso
se resfiega el ocico cual si fuera
a morder un churrasco de ternera
que se está derritiendo de jugoso.
Y estirando a lo cisnes el pescuezo
se aproximan los dos y en cuanto apenas
se saludan, bajito, con las "guenas"
ya se quedan prendidos en un beso.
Y, hasta el pingo primero sorprendido
viendo el bulto "rosao" con extreñeza
inclinando de a poco la cabeza
por no ver... se ha quedado entre dormido.
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