Quisiera ver el fogón
como en los tiempos de antes,
en la estancia de Ferrantes
donde trabajé de peón;
las cosas que ya no son
hoy vuelven a mi memoria
y este verso es una historia
pa'dos hermanos queridos
que nunca echaré al olvido,
¡que Dios los tenga en la gloria!
Me parece estarlo viendo
a Santiago, mi patrón,
venir derecho al galpón
siempre contento y sonriendo:
es que a veces yo no entiendo
y hasta me cuesta creer
que ya no lo vuelva a ver
ensillar como él lo hacía,
buscarme pa'compañía
y salir a recorrer.
Galpones, mangas, corral
y hasta el monte de eucalipto
habrán quedado guachitos
allá en "El Espartillar",
porque ya no ven pasar
a ese paisano jinete
montado en un brioso flete
y de tanto recordar
me dan ganas de llorar
aunque a alguno creer le cueste.
Don Santiago y Don Alberto
se fueron rumbo pa'l cielo,
muy grande fue el desconsuelo
cuando estos gauchos se han muerto:
todo lo que digo es cierto
-pienso que nadie se asombre-,
fueron gente de renombre
y grandes seres humanos,
que me tendieron la mano
frente al daño de otros hombres.
Don Alberto fue intendente
de Ranchos más de veinte años,
y los pueblos aledaños
siempre lo tendrán presente:
nunca se negó a la gente
tratándose de un favor,
ni remedio ni doctor
los pobres nunca pagaron,
porque a nadie le negaron
sin preguntarle el color.
El día doce de octubre
en Ranchos no existe más,
y del peón al capataz
todos de luto se cubren,
lloran las viejas costumbres
y los festines camperos,
lechones, asado con cuero,
gallinas, locro, empanadas...
hoy quedó todo en la nada
lo nuestro y lo verdadero.
A la familia Ferrantes
que a tanta gente ayudó,
en el verso pido a Dios
que sigan siempre adelante,
aunque yo quede constante
escribiendo estas poesías
en una celda sombría
donde me encuentro alojado.
Vaya este verso encerrado
de Martínez, Juan María.
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