viernes, 26 de febrero de 2010

Romance de la luciérnaga


Aquel álamo soñaba
con la gloria de una flor,
y en su ramaje engarzaste,
capullo astral, tu farol.

Sentiste el gozo del árbol
cuando al viento le contó:
“He florecido una estrella
tengo la gracia de Dios.”

Y dichosa con la dicha
del álamo soñador
te quedaste quietecita
prolongando su ilusión.

Viste la araña velluda
que sutil su red hiló,
mas no perdiste tu inmóvil
postura de estrella en flor.

Ni un guiño de luz miedosa
la muerte en ti sorprendió,
ni un temblor que malograra
tu generosa oblación.

Luciérnaga dadivosa,
cocuyo del buen amor,
¡si germinara en el pecho
de los hombres tu lección!...

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