Que canten esos puebleros
sus cantos puro barullo,
y cada cual con lo suyo
nos sentimos más enteros.
Yo quiero cantos camperos
que tengan gusto a gramilla,
luz de mañanas rosillas,
tristezas de aullar de perros
y alegrías de cencerros
y galopar de tropillas.
Yo quiero cantos de estancia
y en el palenque un nochero,
donde haya asado con cuero
y buen vino en abundancia,
donde hombres con arrogancia
usen pañuelo y facón
y viva la tradición
en fogones y materas
y esas milongas camperas
que tiemplan el corazón.
El canto que en mí se encierra
es un fogón de paisanos,
y es el mate entre las manos
de los criollos de mi tierra.
Es el asado y la yerra,
es el poncho de merino,
es el hornero y su trino,
es el cardal y la loma,
y el salto de la maroma
de un tiempo más argentino.
Mi canto tiene el rocío
de las mañanas de invierno
y el verdor del pasto tierno
que sabe aguantar el frío;
yo canto a aquello que es mío:
las claras noches de luna,
el viento que al pasto puna
hace vibrar de contento
y la voz de este instrumento
que abrazo desde la cuna.
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