Sobre las lomas floridas
que un sol de enero engalana
se ve pasar soberana
una potrada elegida.
Y es todo un canto de vida
ver correr esos potrillos,
contra el viento los flequillos,
sudorosos los pescuezos;
y en cada potro hay un beso
que le da el sol con su brillo.
Yo los miraba de a pie,
con el alma acobardada
por la bruta bellaquiada
de un bagual que no domé.
¡Quién me volviera la fe
que ya en mi pecho no brilla;
quién le diera a mis rodillas
toda su fuerza y valor!
¡Quién fuera ese domador
que amansará esa tropilla!
Algo dentro me decía,
mientras los potros miraba,
que si no los agarraba
naide los ensillaría.
Y mi corazón sufría,
sin coraje y redotao,
al ver mi gaucho recao
con amargo desconcierto,
lo mismo que un niño muerto
sobre el pasto abandonado.
Entonces fue Él que llegó;
puso un bozal en mis manos:
"Muente, -me dijo- paisano,
que he de apadrinarlo yo".
A los ojos me miró
y yo sus ojos miré,
y volví a tenerme fe
porque con fe le creí;
entonces le dije "Sí"
y las espuelas alcé.
¡Bendito apadrinador
conocedor de su oficio!
Decir que no era de vicio,
decir que sí era mejor.
Toda la pampa está en flor,
todo el campo está de fiesta:
tengo las espuelas puestas,
ya el pingo está en el palenque
y ya levanto el rebenque:
todo lo que vale... cuesta.
....................................
Ese oscurito tapao
será el último bagual,
cuando muente ese animal
todo se habrá consumao:
Pondré en su lomo el recao
de más linda platería
y, al morir la luz del día,
la tropilla por delante,
-ya con las manos sangrantes-
partiré en su compañía.
Cuando divise el galpón
-capaz de ser un domingo-
voy a hacer rayar el pingo
pa saludar al Patrón.
Desmontaré el redomón
y le diré de rodillas:
- Aquí tiene la tropilla
que Usté me había encomendao,
estando su Hijo a mi lao
la doma se hizo sencilla.
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