(Pinturas: Molina Campos)
La guitarra, lazo abierto,
con seis cuerdas, corta el aire;
dibujando redondeles,
paisaje sobre el paisaje;
no hay ternura más bravía
que la pampa y el coraje
cuando canta por milongas
ese criollo en soledades.
Canta el hombre, piensa el hombre,
no es el grito que lo invade;
no es protesta en su garganta
lo que quiere y lo que vale,
él se funde en la madera
como un niño que se sabe
cobijado hasta la muerte
por la criolla tierra madre.
Habla poco por costumbre,
anda solo porque sabe
de las cosas que le duelen
quienes fueron los culpables
y en el libro de la vida,
aprendió a no lastimarse.
protestando noche y día
es difícil que se salve.
Cuantas veces fueron otros
y le dieron mil cantares
para hacer un cancionero
que le hablara de sus males,
con milongas, con estilos;
rebeldías que él ya sabe
que por más que las entone
en su rancho sigue el hambre.
Hoy lo veo con su niño,
de la mano, por las tardes,
dialogando en el futuro
con el surco y con la sangre
mientras besa la semilla
va pensando que ya sabe:
es mejor morir arando
que vivir, ¡dele quejarse!
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