Pasó la tropa cansada,
con sed, con hambre y furor,
cornadas tirando al viento
y mugiendo su dolor.
Protegidos por el poncho,
en alto la ronca voz,
iban detrás los reseros
revoleando el arreador.
Uno va en un zaino negro
cabos blancos; corredor,
(por el triángulo del poncho
se le insinúa el facón. . .).
En un tordillo nevado
marcha el otro - pingo flor
en la estancia el preferido
de los peones y el patrón.
"¡Toro negro! ¡Toro bayo!
siga la "güeya"! Y la voz
repercute por los montes
como si fuese un clamor.
El crespín está cantando
su tristísima canción
que lleva angustia a las almas,
casi al caer la oración.
De repente el toro negro
de la tropa se "cortó",
pero el del "tordo" nevado
paleteando lo volvió.
Galopando por los cielos
van las nubes en montón,
y sobre los campos verdes
no quiere alumbrar el sol.
¡Y qué lindo es, por la "güeya”
cuando más calienta el sol,
ver un pájaro asentado
omo esperando su amor.
Como saliendo del monte
negra nube, dibujó
una culebra de fuego
y sordo ruido se oyó. . .
Se levantaron las guampas;
algún toro allí mugió. . .;
y el chajá, por los caminos,
su grito indígena alzó.
"¡Toro negro!, ¡Toro bayo!,
siga la "güeya"!. . . Y la voz
era la voz de los montes
por la lluvia que cayó ...
¡Lindos ponchos colorados
con listas de otro color;
qué importa se hayan mojado
si se han de secar al sol!
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