Mi picazo frente blanca fue un pingaso;
su estampa y su pelaje una pintura,
de probarlo ande quiera dando usura
y era una hamaca al soltar el sobrepaso.
Montao en él, tranquiando airosamente,
un domingo de abril, sereno y luminoso,
no sé si por pasiar o de vicioso
cayí al boliche, desbordao de gente.
Me gusta cumplir, arreando tropas,
aguantándole a la güeya sus castigos,
y me gusta al encontrarme con amigos
dar vuelta el tirador, pagando copas.
Y como quien a su gusto se desata
al ratito nomás ya me encontraba
en las idas y venidas de una taba
ande cambiaba de dueño mucha plata.
Esa tarde la suerte me dió el anca
que hasta en deuda quedé con el coimero,
y fué entonces que un mozo forastero
me salió a negociar el frente blanca.
¡Me lo tapó con plata! Y fué un convite
pa que yo tentao cerrara el trato,
y ya sobre caliente, al poco rato,
volví a pisar la taba pa el desquite.
Yo sabía que en diez o doce manos
si la suerte una ayuda me atracaba,
en la justa vuelta y media de la taba
le juntaba la cabeza a los paisanos.
Pero ese güeso manso y tan inofensivo
se burló de mí la tarde entera,
y me tuvo a maltraer, de igual manera,
como quien al jinetiar pierde un estribo.
Y al apagar la tarde sus luces muy escasas,
un amigo que estaba con tropilla
me trajo embozalao un zaino gargantilla
y en él al galopito rumbié para las casas.
¿Los pesos que perdí? ¡Ni viene al caso!
porque un criollo no recuerda esas pavadas,
pero... ¡de rabia me tiemblan las quijadas
cada vez que me acuerdo del picazo!
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