(Dibujo: Miguel Ángel Gasparini)
Y se llamaba, don Lucas.
El apellido ¡ni cuenta!
total, con el "don" y el nombre
se abría paso ande quiera.
Dijo "otro tiemple" y tantió
la clavija de madera,
y después, fue acariciando
las cuerdas...con la derecha;
y así le nació una polca,
un aire, una chacarera.
Era robusto, morocho,
y en su blanca cabellera
se dibujaban los años
que pasaban de setenta...
Conocía muchos pagos
y no tenía querencia...
Primero, porque de mozo
fue resero por las sendas
y entonces era su rancho
un monte, recao y estrellas.
Y cuando se fue gastando
su vida, tras de la hacienda,
hizo noche en pulperías,
se aquerenció en las materas
o en el galpón de una estancia
acomodó su existencia.
Vaya a saber qué destino
le fue marcando esa huella
que los días se le fueron
sin exigir recompensa,
sin tener al lado suyo
más que esa compañera...
donde gastó sus caricias
buscando "tiemples" en ella.
Sabía hablar en otros tiempos;
de una época de seca,
del nombre de algún paisano
de alguna esquina campera
o de algún "paso crecido"
resulta de unas cuadreras
y de tantas cosas más,
que con los años se mentan...
pero nunca, nunca el hombre
habló de alguna pollera
que le dejara el recuerdo
de algo lindo o una pena.
¡Como si hubiera nacido
sin pa'que nadie lo quiera!
Aceptaba pocas copas...
más bien, ni gustaba de ellas;
y solo tenía el vicio de su tabaquera
algún cigarrito que otro
que entre su boca reseca
se le apagaba ahí nomás,
pues, ¡ni pitaba siquiera!
De tiempo en tiempo, llegaba,
siempre pegaba la vuelta,
y al poco andar, ya su espalda
se iba borrando en la senda
al tranco'e su sillonero
que igual que él, sin querencia,
encontraban el destino
andando huellas y huellas...
Y un día, no volvió más.
Y se borraron sus mentas;
naides supo decir
dónde quedó su existencia...
que s'hizo de su guitarra,
ni dónde está la osamenta
de aquél caballo aparcero
que lo llevó donde fuera...
¡Como si a los dos, un día
se los tragara la tierra!
Y seguro dijo: "otro tiemple"...
Y mirando las estrellas
buscó los rumbos del cielo
y ahí encontró su querencia.
Y se llamaba, don Lucas.
El apellido ¡ni cuenta!
total, con el "don" y el nombre
se abría paso ande quiera.
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Este recuerdo es para don Lucas Salto,
un criollo que conocí allá
por la década de 1940.
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