A Alberto Güiraldes
Año de setenta y cinco,
y en la Villa de María,
el veinticinco de julio
grandes carreras había.
Tal vez el día eligieron
por ser, entre esos domingos,
fiesta de Santiago Apóstol,
patrón de los buenos pingos.
Pues no faltó quien dijese
que el cura y el juez de alzada,
llevaban, aunque de afuera,
parte en la depositada.
Cayeron hasta paisanos
de los remotos que hay,
que a poblado no salían
desde ésa del Paraguay.
Con razón en todo el pago
se habló de aquellos sucesos;
que el depósito que dije
fue de mil quinientos pesos.
Mil quinientos pesos fuertes
y diez bueyes palancones,
para rayar más o menos
en los dos mil patacones.
Pues tahúres fueron ésos,
de poner todo su haber
a las patas de un caballo
o a los pies de una mujer.
Y los parejeros, fletes
que según hombres de estima,
eran de jugarles todo
y hasta algún pagaré encima.
Allá viene el malacara
que es crédito del lugar.
Goyo Ardiles lo compuso,
que sólo le falta hablar.
Goyo Ardiles ha dormido
tan mal, que ya tiene fiebre,
cuarenta noches al raso
para cuidar el pesebre.
Al cotejo delicado
de los vareos que ordena,
le aplica el tiempo del Credo,
y un poronguito de arena.
Aunque es antes de aclarar,
pone a su hijo de mangrullo;
y de vuelta, sobre el rastro,
va arrastrando un poncho puyo.
Y es hombre que no descuida
ni el conjuro para el mal,
con un gajito de ruda
que atraviesa en el morral.
El negro Domingo Flores
va a correr el malacara.
Lo trae a pie, de la rienda,
como si lo reservara.
Siempre charqueado de risa
como para un locro el morro.
En largadas ventajeras
sabrá engañar al más zorro.
De eso es la marca estrellada
que en la frente se le nota,
aun cuando con picardía
la embarulla entre la mota.
Pues para falsear partidas
nunca hubo otro como aquél.
Dicen que adquirió esas mañas
en los toldos del infiel.
Lo cierto es que fue cautivo;
y al fin, de un malón en otro,
hasta el fortín de La Viuda
logró cortarse en un potro.
Picado de la viruela
que entre los indios es brava,
Zarandilla por mal nombre,
la población le llamaba.
Pero, eso sí, en escondidas;
que era de mal genio el pardo,
y ocasionado a encono
como la espina del cardo.
Por entre sus piernas corvas
pasa colgando el talero.
En el blandor de la rienda
cabrestea el parejero.
Alto y delgado, solivia
tan suelto el tranco, que al paso,
más de un jeme en la pisada
medirá de vaso a vaso.
Cerca, en un cantón de taba
donde ya se juega fuerte,
su dueño, don Braulio Caro,
se apea a tantear la suerte.
Así, entre tiros y esperas,
quizá un ansia disimula.
En los silencios se oía
la coscoja de su mula.
El solcito de la siesta,
sin una nube al contorno,
como un pan bueno, parece
recién sacado del horno.
Y sobre el grupo que acude
junto a la raya a lo lejos,
en los chapeados sablea
su entrevero de reflejos.
Ahora con Baudilio Vivas
mano a mano tira el cura,
como gurupa arrollada
la sotana en la cintura.
El mozo, cuya es la taba,
cuando espera juega más,
pues, con licencia de ustedes,
será culera quizás.
Pero el cura que no topa
las pullas con que lo asedia,
maliciándole el recurso
la tira de vuelta y media.
Y a cada suerte que clava,
sostiene el santo varón,
que es porque del otro lado
se ofende la religión.
Mas, ya la gente contraria
se acerca a la cancha, junta.
El oscuro que trajeron
viene tomando la punta.
Al trotar, se cruza un poco;
y el corredor que lo monta,
lo recoge, engatillado,
como una pistola pronta.
Tiene firme los cuadriles,
la cruz alta, ancho el encuentro,
con sus ollares sajados,
como tizones por dentro.
Pues parece que se sabe,
y esa adición bien lo estampa,
que en una entrada a los indios
se lo quitaron a un pampa.
Pide riendas altanero,
y hasta que así se desfogue,
el brío le cosquillea
su refusilo de azogue.
En un cebruno tranquilo
capitanea aquel bando
un viejo patillas moras,
hombre de respeto y mando.
Lleva capa militar
y galera de barbijo;
y en su recado arribeño
se empina estribando fijo.
Y está escrito en el trabuco
que en sus alforjas se ve,
"SOY DE FRANCISCO B. LUNA",
que dice Borja en la B.
Lo escolta un gaucho de manta,
grande, moreno y barbudo,
que en sus botas granaderas
lleva bordado el escudo.
Y en la oreja izquierda un aro
de cobre relumbrador,
que remacha la firmeza
de un compromiso de amor.
Ésa era el que, la noche antes,
en un fandango había dicho
que el oscuro iba a la fija
porque tenía gualicho.
Y que hasta agarrado a campo
o enfrenado en el palenque,
era de cortar a luz
sin asentar el rebenque.
Pero vaya uno a confiarse
de oír, así, a troche y moche.
Bolazos de hombre bebido
como estuvo aquél anoche.
El grupo, hasta una ramada
de jarilla, se recuesta,
la armó allá la vieja Trini
que había caído a la fiesta.
Con vendaje de empanadas,
chorizos y golosinas,
y tres chinitas lindonas
que daba por sus sobrinas.
Como anda aviada la gente,
por allá también hay banca,
y el ciego Nabor se porta
cantando en su arpa lunanca.
Y con la copla sabida,
dedica su cantinela:
reciba don Borja Luna
cogollito'e yerba buena.
En eso, a hacer las partidas,
el juez los bandos exhorta,
que el sol de mitad de invierno
más de tres varas se acorta.
"Carrera depositada
no se corre con sol puesto."
El paisanaje, en un pronto,
para ver bien se ha dispuesto.
Mas, ya a las cincuentas justas
van llegando las cuartetas.
Que podrán decir ustedes,
y cuánto más esos poetas.
Lo cierto es, señores míos,
que carrera tan lucida
nunca a largarla alcanzaron
por trampeada o desistida.
La causa de aquel suceso
también la he sabido yo.
Acaso les cuente un día
por qué nunca se corrió.
(Pinturas: Alberto Güiraldes)
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¡Dedico este verso a tuitos los escritores... en el día que se recuerda a don Leopoldo Lugones!
y vaya un especial abrazo pa' l malón de gúenos y gauchos escritores criollos de la "Asociación de Escritores Tradicionalistas".
TIEMPOS FEOS
Hace 1 semana
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