Los niños mimados del viejo Villegas
los caballos blancos de su frenesí,
la nave que anduvo por toda la pampa
y que de un galope fue a Nahuel Huapí.
Los que en desoladas regiones marcharon
devorando leguas contadas de a mil
por el espinazo helado del mundo
un día en el Ñorquin encuentran el fin.
Fue acaso llevados a pagar tributos
de muerte a la nieve por ese color
el que en tantos años fue tan progegido
del orgullo ese de algún superior.
El fiel prodigioso que en tantas patriadas
de machos encuentros airoso salió
murió en la campaña que se hizo a Los Andes
donde toda entera la fila tembló.
Por la densa nieve y la tropa yerta
un jefe interino fue quien ordenó
que se racionara a las guarniciones
carneando los blancos y así se cumplió.
De salvar la vida del pobre soldado
único recurso que Dios le mandó
pues el hambre había llegado a las fases
de un hecho tan grave y conmovedor.
De uno por uno la gran mayoría
de todos los blancos se lo condenó
a la misma mano del pobre milico
que por muchos años se le enhorquetó.
Oh cuanta tristeza daría verlos quieto,
después que la daga funesta quedó
manchada de rojo, manchada de nieve,
manchado el pelaje después que murió.
Hoy los pobres blancos del cabo Villegas
siguen galopando hacia el rumbo del sol
por la misma cresta de la Cordillera,
entre los peñascos del mismo color.
Los niños mimados del viejo Villegas
los caballos blancos de su frenesí,
la nave que anduvo por toda la pampa
y que de un galope fue a Nahuel Huapí.
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