(Dibujo: Tito Saubidet)
Llegó en un pingo tostao,
pampa, muy bien definido,
y dicen que había venido
de los pagos del Calfiao.
Prolijamente ataviao
al estilo bien surero:
de botas, poncho, sombrero,
de carpincho el tirador
y aunque era pión domador
lucía como un estanciero.
Y al ver la ocasión propicia
se apió en el “Rincón de Lera”
a donde hay una pulpera
más linda que una caricia,
que ha sido y es la codicia
de los criollos lugareños
y por más que han puesto empeño
en robarle una atención,
dicen que su corazón
no ha reconocido dueño.
Después que manió el tostao
debajo de un sauce chico,
lo acarició en el hocico
y lo alivió del bocao,
y una vez que hubo dentrao
saludó con cortesía
y aunque mucha sed traía
al ver una flor tan bella,
ni reparó en las botellas
que había en las estanterías.
Era además el paisano
guitarrero y buen cantor
y había sobre el mostrador
siempre una guitarra a mano.
La pulsó y derecho al grano
le cantó en forma precisa,
y al notarla escurridiza
le buscaba en notas suaves
para encontrarle la llave
del cofre de su sonrisa.
Y como haciendo la armada
pa’ pialarle esos ojazos
siguió juntando retazos
de canciones olvidadas.
Y cuando en la madrugada
le relinchaba al lucero
aquel criollo forastero
que tan lindo había cantao,
se despidió y al tostao
le entro a acomodar los cueros.
Y antes que la cerrazón
viniera a opacar la luna
salió bordeando unas dunas
que escoltan a un cañadón.
Y quedó triste el patrón
de la “Pulpería de Lera”
al ver que allá campo afuera
se va achicando su estampa
que ancas de un tostao pampa
lleva una hermosa pulpera.
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