jueves, 18 de mayo de 2017

Fidel



Jué una noche clara, de luna en menguante
de un junio tan frío, que helándome está;
como una golilla, blanquiaba la helada
tendida a lo largo del Arerunguá.

No sé si “mandinga” andaba esa noche,
lo cierto es que, ¡diande poderme dormir!
Ojalá me hubiera dormido del todo.
Me duele entuavía lo qu’he hecho sufrir.

Me tiré del catre, con cierto fastidio
al sentir los perros, a gente ladrar,
y vide, en la sombra, de un cerco de talas
que al galpón un hombre pretendía entrar.

Me crucé el de apala, me engolví la faja,
más bien por costumbre, manotié el facón
y me juí agachando por atrás de un brete
con la certidumbre que juera un ladrón.

Lo vide clarito! Jué al gancho’e la carne,
no encontrando nada, por casualidá.
¡Era un mozo güeno como el pan bendito;
mire hasta ande llega la necesidá!

Yo lo conocía, era un gran amigo,
pude comprobarlo, pues más de una vez,
cuando de Entre Ríos tráibamos baguales
de distintas formas probé su honradez.

Pero allá en su choza tenía seis gurises
que, dende esa noche, huérfanos están
y qué no hace un padre que quiera a sus hijos
si llorando de hambre le reclaman pan.

Y en el rancho pobre de rotas paredes
temblando de frío la infeliz mujer,
con cuentos de brujas calmaría los hijos,
esperando a su hombre pa’ hacer de comer.

Como iba diciendo: traté de ocultarme,
pero en ese instante salía del galpón
y dejuro, al verme, de golpe y zumbido
le causó, quien sabe que fiera impresión.

Sorprendido el pobre perdió los estribos,
desnudó la daga y me atropelló!
El frío’e la helada que esmaltaba el campo
lo sentí en mi cuerpo, esa noche yo.

Tal vez de vergüenza no alzaba la vista;
yo alcancé a gritarle: “¡Respete Fidel,
no me comprometa!, ¡piense en sus gurises!”.
Pero estaba ciego el cristiano aquél.

Nunca vi una daga más cerca’e mis ojos
como un rejucilo brillaba al pasar!
Le ladiaba el bulto, y en la mesma panza
como fría culebra la sentía rozar.

Perdí las chancletas, extravié el sombrero
¡como cuadra y media me hizo recular!
A los resfalones entre la gramilla
con helada y todo alcancé a sudar.

Y viendo dejuro, que me achuraría
no había ni un testigo, el cielo era el juez,
eché mano al fierro, y, hasta luego amigo.
¡Qué remordimiento me ha quedao dispués!

Al pensar canejo que al rancho derruido
dispués de esa noche de frío tan cruel
en lugar de carne pa’ los gurisitos
llevaron el cuerpo del pobre Fidel.


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