miércoles, 24 de junio de 2015

Rancho




El rancho de tan ladeado
parece que echa verija;
a su figura prolija
los pamperos han pechado;
y el cimbronazo ha aguantado
ahí mismo como se ve,
aunque no es lo que fue
su altiva presencia aún talla,
y a su última batalla
la está aguantando de pie.

Del pasto en la verde alfombra
el longevo ombú altanero,
que hasta el despeinado alero
llegó a prestarle su sombra;
pareciera que se asombra
al llegar la brisa al tranco,
porque ve desde ese flanco
que va cayendo de a poco,
el rancho vencido y tioco
desvencijado y lunanco.

El pozo abriendo la boca
se perdió entre la gramilla,
en él la luna no brilla
y el balde el agua no toca;
agua que nunca fue poca
cuando era un manantial,
disminuyó en su caudal
y en ese "augero" redondo,
tan solo hay barro en el fondo
y está en el suelo el brocal.

Bajo el toldo de las ramas
de otro ombú secular,
solía la hacienda acampar
en veranos de oriflamas;
y entre esas lenguas de llamas
como flechas encendidas,
yeguadas despavoridas
cortaban por un atajo
con rumbo al jagüel del bajo
en busca de sus bebidas.

Deshecho están los corrales,
el viejo galpón enclenque,
solo está firme el palenque
donde se ataron baguales:
pero entre tantas postales
que recrudecen mi herida,
sobre esa imagen querida
el mojinete altanero,
da albergue a un nido de hornero
que es como un canto a la vida.

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