"...guacho y gaucho me parecían lo mismo, porque entendía que ambas cosas significaban ser hijo de Dios, del campo y de uno mismo". (Don Segundo Sombra)
Tuve cuando era muchacho
un picazo vivaracho,
pingo que no he de olvidar,
mi Tata lo había domao
y me lo dio de bocao
pa'que lo empezara a andar.
Picazo y de cuerpo chico
y el flequillo hasta el hocico
le llegaba alguna vez,
como un bagual de coludo
y desde ya, bien clinudo
porque nunca lo tuzé.
Estampa que se desfleca
de orejas cortas y chuecas
y bastante compadrón,
de vasos negro' y chiquito
y en la frente un lucerito
mesmo que una bendición.
Como ninguno mansito
y tristemente repito
quien sabe ya ha de tener
otro pingazo pingazo
como lo fue aquél picazo
para andar y pa'correr.
Después se hizo con el freno
escarceador y sereno
habiendo que trabajar
entre saltos y rayones
sabía correr de garrones
y como un trompo girar.
Con sólo el cuerpo ladearle
pa qué mandinga tocarle
las riendas en un apurón;
si era una pluma en la boca
y hoy su recuerdo me toca
muy suave en el corazón.
Después de muchos caminos,
bajo los cielos barcinos
cuando domar empecé
pa'no arrearlo con los potros
sabe Dios de que con otro,
en lo'e "Pancho" lo dejé.
Allá pasó los treinta años
como un potro no es extraño
pues ya nadie lo ensilló
y murió como les digo
en el campo de ese amigo
que tal vez ni lo tocó.
Por eso mi amigo Pancho
quiero volver por su rancho
como en antaño llegué,
porque comprenda de paso
que si le canté al picazo
¡cómo olvidarme de Usted!
Recuerdo que fue una vez
A mi padre regalado,
Por un tal Pancho Mercao,
Que aún recuerda en su vejez,
Así llegó a mi niñez,
Como algo más del pasao,
Que yo curioso, intrigao,
Despacio dentré a leer,
Tal vez por querer saber,
De quien tanto había escuchao.
Entre sus hojas dormidas,
Que aún recuerdo en mi memoria,
Descansaban mil historias,
Y fotos descoloridas,
De un paisano al que la vida,
Según algunos dijeron,
Lo hizo malo y pendenciero,
Pero algún otro decía:
Que con él la policía
Se habían ensañado primero.
Y la verdad que era cierto,
Que había sido maltratao,
Perseguido, acorralao,
Y con un destino incierto,
Dicen que hasta p’al desierto,
Habrían querido arriarlo,
Y de tanto castigarlo,
Consiguieron que se hiciera,
De un hombre bueno, una fiera,
Capaz de al diablo pelearlo.
Juan Moreira se llamaba,
Dicen nacido en matanzas,
Y con tesón y esperanza,
De sol a sol trabajaba,
Algunas tropas arriaba,
Rancho y hectáreas tenia,
Con tranquilidad vivía,
Junto a una esposa que amaba,
Y ni por gusto pisaba,
Jamás una pulpería.
Fue un alcalde enamorado,
De una mujer ya con dueño,
El disparador pequeño,
De un gran mundo desgraciado,
Perseguido y acosado,
Cambia el rumbo de su vida,
Y en forma muy decidida,
Se arrastra solo al abismo,
Al comenzar por sí mismo,
A pelear con la partida.
Pelea y mata a destajo,
Herido en lo mas profundo,
Pues ya no existe en su mundo
Rancho, familia y trabajo,
Su ira pronto le trajo,
Mas desgracias a su vida
Y no encontró otra salida,
Que dormir a campo abierto,
Ocultarse en el despierto,
O de guardia en guardia.
Su coraje era temido,
Su valor muy respetao,
Su nombre muy mencionao,
Por la gente del partido,
Políticos han querido,
Pa’ tenerlo de su lao,
Borrar su oscuro pasao,
Y el prontuario que tuviera,
Pagando de esta manera,
Tantos servicios prestaos.
El miedo ante su valor,
Y su daga tan mentada,
Lo llevó hasta una emboscada,
Que le hicieron por temor.
De todo ese alrededor,
Llegaron varias partidas
Que cercando su salida,
En la pulpería "La Estrella",
Consiguen la tarde aquella,
De a traición cortar su vida.
Donde su daga cayó,
Al mes, sin razón alguna,
Una plantita de tuna,
Junto al paredón se halló,
Ahí sigue, la he visto yo,
Inmensa, histórica, erguida,
Un siglo y medio de vida,
Se enredan entre sus gajos,
Tal vez brotó de aquel tajo,
Que hizo el arma en su caída.
Juan Moreira, hombre cabal,
Que bien pudiera haber sido,
En vez de un ser perseguido,
Un gran héroe nacional,
La historia lo trata mal,
Y lo muestra injustamente,
Como un gaucho delincuente,
Vago y mal entretenido,
Yo seguiré convencido,
Que con él la historia miente.
Ya chamullaban los loros
aunque clarito no estaba
y en el corral relinchaba
un Colorao Sangr'e Toro;
lo había dejao con un Moro,
pingo viejo y mansejón,
el Colorao redomón
y apenitas de colmillo,
bien clinudo y de flequillo
y cola larga al garrón.
Después que pude matear,
lo digo y no es una maña,
me tomé unos trago'e caña
para el frío soliviar,
ahi nomás lo fui a buscar
despacito y con cuidao,
lo traje bien conversao
del corral a un reparito
donde chiflando bajito
le acomodé el recao.
A don Juancho le diré
que un domingo allá en su rancho,
con dos perros para el chancho,
a él se lo negocié.
Le digo y le contaré
ya que estoy en la ocasión:
"Présteme mucha atención,
no es que quiera enredarlo,
al pingo solo hay que andarlo
¡no es pa'cualquier chambón!".
Recuerdo ese momento
cuando de tiro lo traje,
lo hice solo de un viaje
aunque estaba frío el viento,
venía cantando y contento
en el Moro al galopito
y al mirar al caballito
pensé con toda torpeza,
"unos ríen con grandeza
y yo río con poquito".
Volviendo un poco pa'trás
después que lo ensillé,
a dos perritos largué
lo más campero y audaz;
yo sabía que eran capaz
hasta de apadrinarme,
no es que yo quiera agrandarme
pero si se entraba a arrastrarse,
ellos iban a arrimarse
para poder atajarme.
Una tarde en un quemao
pa'probar su ligereza,
me bajé y sin pereza
le apreté bien el recao
le tantié suave el bocao;
detrás de unos alpataco'
por eso aquí lo destaco,
al largar el grito: "¡Vamos!"
enseguidita le entramos
a una cuadrilla'e guanacos.
Nunca lo quise tuzar,
poquito lo emparejaba,
si él así me gustaba
pa que lo iba a estropear;
lo tenía que enfrenar
y aquí lo digo a lo ancho
y en un vuelo de carancho,
bien doblando al Colorao
lo dejé así de bocao
¡si lo había tirao Juancho!
-"Por eso Juancho, amigazo,
poniendo nuestra amistad,
le v'ia decir la verdad:
¡me resultó un caballazo!
Por eso quiero de paso
preguntarle ahora a usted
y que me diga con fe
en su cará'ter de fierro:
¿cómo anduvieron los perros
que por él yo le cambié?"
(Foto: Celina Frers) Anduve los caminos por allá
un horizonte,
salí de las tinieblas tras la luz
y hallé tu nombre,
estaba repetido en el fulgor
de los albores
y estaba en el jardín
temblando en el color
del amancay en flor.
Fue el despertar,
después de andar perdido,
sin el altar de tu mirar y herido,
fue como encontrar
el fresco manantial
donde bebí en tu boca la paz,
volví a sentir
lo que es vivir sabiendo,
que hay un edén
desde el ayer latiendo,
hoy me deja el sol
caricias de tu amor
ya ves, hoy he vuelto al amor.
Yo sé de la vigilia nocturnal
desesperada,
de un rostro deformado en la visión
de sueño y nada,
yo supe de la angustia y el dolor
sin alborada,
pero un día feliz
sonrió mi soledad
cuando te vi llegar.
Fue el despertar,
después de andar perdido,
sin el altar
de tu mirar y herido,
fue como encontrar
el fresco manantial
donde bebí en tu boca la paz,
volví a sentir
lo que es vivir sabiendo,
que hay un edén
desde el ayer latiendo,
hoy me deja el sol
caricias de tu amor
ya ves, hoy he vuelto al amor.
Porqué camino andaré
cuando me llegue el momento,
quién sabe si a Dios veré
o al Diablo viejo riyendo,
porqué camino andaré
malhaya dirlo sabiendo.
Porqué camino andaré
será verano o invierno,
que pena me llevaré
que ansiedad y que desprecio,
que mano amiga tendré
malhaya dirlo sabiendo.
Cuanto palenque tumbé
por no aguantar el cabestro
donde se le ata la fe
a un criollo que pisa el suelo,
alguno me habrá de ver
jinete de un sol matrero;
quién diablos puede tener
mejor pingo pa'ir lejos,
porqué camino andaré
¡malhaya dirlo sabiendo!
Desde El Carmen de Las Flores
y por Tapalqué cruzando,
va la galera rodando
del “mayoral” Mauro Gómez.
Como en viajes anteriores
rumbo a San Carlo’e Bolivar,
lugar al que siempre arriba
tras recorrer treinta leguas,
dando en la posta la tregua ,
de que’l camino los priva.
Al trote largo y parejo
de los fieles “colorao”,
al paisaje desolao
lo cruza en cayao cortejo;
el camino desparejo
hace que bailen las ruedas,
mientras en el aire queda
de irregular estatura
la turbulenta figura
que forma la polvareda.
El arroyo de Las Flores
y la Cañada “El Recao”,
son dos pasos delicao
por no decir de los piores;
ayí muestran sus valores
“los colorao” marca’e Prida,
entre las aguas dormidas
de’sos lechos pegajosos,
afirmándose afanosos
por continuar la partida.
Luego trota la galera
cuando en silencio se acuna,
sobre un médano la luna
de la noche compañera.
Y ya cerca los espera
de la posta, el tibio amparo,
y ni bien la divisaron
se dejó oír la corneta,
avisando que a la meta
junto a la noche yegaron.
Ya en la posta, respiraron
al dejar el balancín,
los cabayos, que’l trajín
sin aflojar soportaron.
Los pasajero’estiraron
las piernas, medio’cansao;
en el campo desolao
los cimarrones auyaban,
y en el fogón ya chirriaba
la grasita del asao.
Guitarra, guitarra mía,
por los caminos del viento
vuelan en tus armonías
coraje, amor y lamento.
Lanzas criollas de antaño
a tu conjuro pelearon,
mi china oyendo tu canto,
sus hondas pupilas de pena lloraron.
¡Guitarra, guitarra criolla,
dile que es mío ese llanto!
Azules noches pamperas
donde calme sus enojos,
hay dos estrellas que mueren
cuando se duermen sus ojos.
Guitarra de mis amores,
con tu penacho sonoro
vas remolcando mis ansias
por rutas marchitas que empolvan dolores.
¡Guitarra, noble y querida,
calla si ella me olvida!
Midiendo eternas distancias
hoy brotan de tu encordado
sones que tienen fragancias
de un tiempo gaucho olvidado.
Cuando se eleva tu canto
como se aclara la vida,
y a veces tienen tus cuerdas
caricias de dulces trenzas renegridas.
¡Como ave azul sin amarras