Con los primeros destellos
de las
auras incipientes,
el monte
muestra su frente
y el
pajonal sus cabellos,
un gallo
estirando el cuello
arrea su
clarinada
y el vapor
de las cañadas
sobre el
ondulante cauce,
besa las
ramas de un sauce
que llora
en su correntada.
La hacienda
se despereza
al tiempo
que se disgrega,
mientra’un
molino despliega
su sonido
con pereza.
Allá en un
rancho bosteza
de a ratos
los chimenea,
los
borregos juguetean
en el
tronco de un ombú,
y al
divisarme un ñandú
sus alones
balancea.
Un mensual
con un puestero
que están
arroyo por medio,
gritan: “-No
habrá más remedio
que
perseguir los nutrieros”.
“-Y lo que
valen los cueros…”
Entre otras
cosas se dicen.
Echao en
una raíces
tapo con
uncos las trampas,
y al
divisarme se zampan
entre unas
matas, los cuíces.
Un vuelo de
martineta
se
despierta en la llanura
y cruzan de
patas duras
al tranco,
las gallaretas.
Allá las
garzas inquietas
en las
barrancas vigilan,
las
lechuzas intranquilas
le chistan
a los caranchos
y yo gano
rumbo al rancho
como a su
cueva la anguila.
De miedo
que alguna ‘mora’
quiera
rasguñarme el cuero
me hago un
gato en el estero
y un relámpago en la aurora.
Me chairo entre las totoras,
me peino en los cañadones
y me siento en los garrones
igual que carpincho viejo,
si grita un tero a lo lejos
o los horneros arcones.
Sé que si tomo una copa
a vece’en la pulpería
me tienen antipatía
como toruno en la tropa.
Y en cuanto cambio de ropa
se dicen: “-Este ha robao”.
Y si me ven bien montao,
se averiguan de soslayo:
“-¿De quién será ese cabayo
que está tan bien ensiyao?”
En una reunión de criollos
hay torcidos y derechos,
y atrás de cada repecho
hay flores como pimpollos.
En el vuelo de los rollos
va la posición del brazo,
se defiende a los zarpazos
el puma que se ha sentao
y el animal muy peliao
¡previene los cimbronazos!
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