(Pintura: Rodolfo Ramos)
Si amigo, el gatiao que ái vé,
ni aunque la mala me amargue
no hay plata que me lo pague
y viá decirle el porqué.
Yo en deuda con él quedé
y siempre estaré endeudao,
porque de puro confiao
volviendo solo, de un viaje,
por mi pingo y su coraje
no me ahogué allá en el Salao.
Con treinta días de ausencia
venía con sobras de aliento
trayendo mi pensamiento
puesto fijo en mi querencia.
Y cometí esa imprudencia
sin meditar y allá lejos,
donde el cielo en sus reflejos
me hacía ver en lo infinito
las ternuras de un ranchito
donde esperaban mis viejos.
Y aquella mañana, el río,
sin más testigos que Dios
casi nos traga a los dos
por aquél apuro mío.
Pero el gatiao puso un brío
que hasta hoy me maravilla,
y yo que estaba en capilla
con una esperanza sola
bien agarrao de la cola
pude ganar la otra orilla.
Me mate un rayo cuñao
si a la verdá no me ajusto,
pero después de aquel susto
le dí un abrazo al gatiao.
Prometí, y hasta he jurao
después de mi salvación,
que mientras tenga razón
y mi vida no se apague
no habrá plata que lo pague
¡a mi gatiao regalón!
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